LAS DOS ALEMANIAS (II)
ALEMANIA ORIENTAL
La respuesta de la URSS a la creación de la
República Federal no se hizo esperar. El 7 de octubre de 1949 nació la llamada
República Democrática Alemana (Deutsche Demokratische Republik = DDR). Se
extendió sobre los 108.333 Km2 de la zona soviética de ocupación y contaba en
1990 con algo más de 16 millones de población estimada.
Su capital fue ubicada en el mismo Berlín, en
el sector soviético, lo que constituía una irregularidad, pues todo Berlín
estaba sujeto a un régimen de ocupación cuatripartita, y así lo entendieron
siempre – y lo hicieron valer formalmente- los aliados occidentales.
Estuvo sometida a lo que los comunistas
llaman ‘socialismo real’, encarnado en este caso (los nombres varían de una
república popular a otra) por el SED (Unificación Socialista de Alemania).
Después de Wilhelm Pieck (1946/50), fue Secretario del Partido Walter Ulbricht
(1950/71), hombre de complicada y suspicaz
personalidad, que en cierto modo marcó el carácter del régimen dándole
un tono estalinista más intenso que el de otros países del mismo carácter, incluso
después de la muerte de Stalin en 1953.
En 1971 asumió la Secretaría Erich
Honecker, y la mantuvo hasta que todo el edificio empezó a resquebrajarse en
1989, momento en que pasó el testigo, ya por pocos meses, a Egon Krenz.
El régimen, vigilado con especial atención
por los soviéticos, fue particularmente duro y muy acusadamente aislacionista;
no daba desde luego ninguna facilidad para el viajero no comprometido que
quería saber lo que ocurría.
Y lo primero que ocurrió, aparte de la
colectivización llevada a cabo sin prisa pero sin pausa, fue, en junio de 1953,
la rebelión abierta de numerosos obreros en protesta por las condiciones de
trabajo; empezó en Berlín, se extendió a otras ciudades, se convirtió en protesta
contra el sistema mismo, y acabó brutalmente aplastada por los tanques
soviéticos.
Desde entonces no hubo sediciones abiertas
hasta el último año del régimen, pero una notable parte de la población se
dedicó a lo que se llamaría ‘votar con los pies’.
En efecto, las fugas a Occidente se multiplicaron, especialmente por
Berlín, el lugar más fácil, y teniendo como más numerosos protagonistas a gente
que, por su edad y por sus cualificaciones profesionales, constituían un sector
cuya pérdida era una sangría cada vez más grave para el Estado. Durante las dos
primeras semanas de agosto de 1961 emigraron 47.533 personas; entre 1949 y
1961, unos 3 millones, sin contar polacos y checos.
La situación llegó a ser tan intolerable para
la DDR que Ulbricht consiguió al fin de los soviéticos el permiso para hacer algo que sin duda sería
efectivo, pero al mismo tiempo escandaloso, constituyendo ante el mundo un
baldón para el país y para el sistema: la construcción de un muro que dividiese
la ciudad berlinesa en dos compartimentos estancos. Por supuesto, fuera de
Berlín la frontera entre las dos Alemanias estaba ya cerrada y bien cerrada,
pero eso resultaba menos aparente que seccionar un organismo vivo como era
la capital tradicional.
Por supuesto también, en tiempos más
recientes, se ha levantado algún otro muro sin que los grandes medios de
difusión hayan prestado demasiada atención al asunto, pero digamos que aquél
era el primero.
El encargado de la operación fue Honecker,
futuro Primer Secretario. Se empezó a
levantar, por sorpresa, el 13 de agosto de 1961, con explicación oficial de que
su causa era salvaguardar a la pacífica población de la DDR de la penetración
de espías y agentes saboteadores procedentes del otro lado.
Andando el tiempo,
fue ensanchado, reforzado y provisto de diversas lindezas; separó familias,
amigos, cortó calles, afectó gravemente al sistema de comunicaciones y muchas
cosas más, pero, desde un punto de vista pragmático, resultó efectivo.
Fue un escándalo mundial que rindió buenos
réditos, ya que la sangría cesó. Hasta el final siguió habiendo fugas e intentos abortados de huída,
a menudo sangrientos y casi siempre ingeniosos, pero eso estaba asumido de
antemano. El número de fugas fue de aproximadamente 5.000, con 192 muertos por
disparo y 200 gravemente heridos.
La eficiencia germana, puesta de manifiesto –
ya lo hemos visto – en otras ocasiones, estuvo en el origen de la casi
perfección obtenida por la DDR en las artes de la propaganda y del control y
vigilancia de la población. De la propaganda volveremos a hablar luego.
En
cuanto al otro punto, la DDR, no sólo formó uno de los sistemas de espionaje
exterior mejores del mundo, capaz de llegar hasta el círculo próximo del
canciller federal Willy Brandt (lo que provocó su dimisión), sino que creó y
casi se identificó con la Stasi (Staatsicherheit =Seguridad del Estado).
La población conocía- y temía – a la Stasi,
pero lo que no conocía era la increíble extensión de su red de confidentes. Y lo que sí sospechaba
era que la denegación o el indefinido aplazamiento de cosas que pueden hacer
algo más agradable y llevadera la vida, tenía que ver con ella.
Las sospechas
se transformaron en certezas cuando, después de la Reunificación, se abrieron
al público, tras pensarlo y discutirlo,
los archivos de la siniestra institución: muchísimos ex –ciudadanos de la DDR
quedaron helados al comprobar cuán próximos, allegados y aparentemente dignos
de confianza podían ser los denunciantes e informantes. No es difícil imaginar
las repercusiones en las relaciones y en la vida social, que todavía son
apreciables.
En lo que se refiere a la vida económica, los
precios y sueldos eran establecidos por el Estado, como corresponde a un régimen de esas
características; los artículos de primera necesidad estaban subvencionados y
tenían un precio uniforme; pero los bienes de consumo que podían ser exportados
(normalmente a otras democracias populares) eran muy caros para el nivel
adquisitivo de la gente, y a menudo de calidad inadmisible en Occidente. No
olvidemos, por ejemplo, que el coche ‘Trabant’, convertido luego en símbolo por
los nostálgicos, tenía la carrocería de cartón
prensado.
La construcción de viviendas, aun de tamaño
muy reducido, contaba con limitaciones por la escasez de materiales, aunque,
dado el crecimiento de las quejas al respecto, el Estado hizo un esfuerzo en
los años ochenta. Por lo demás, la dependencia del petróleo soviético era
absoluta.
Las diferencias salariales eran pequeñas y, a
causa de la constante escasez de bienes de consumo, en la vida diaria apenas se
podían diferenciar los status sociales. La vida no era miserable, pero sí gris,
aburrida y algo triste, aparte de tener que contar, en todo momento, con los
ojos y oídos omnipresentes del Gran Hermano.
Había
(o hay) otra diferencia curiosa entre los alemanes de uno y otro lado. Los
occidentales fueron sometidos desde 1945 a una sistemática y continua operación
de lavado de cerebro para convencerlos de lo malos que habían sido (ahora se ha
puesto de moda decir ‘los nazis’, en lugar de ‘los alemanes’, pero se trata de
lo mismo; llevamos casi 70 años y continuando). Como lógico resultado, se ha creado una cierta conciencia
colectiva de culpabilidad en gran parte de los alemanes occidentales.
Pues
bien, nada parecido ocurrió en la DDR: la omnipresente propaganda hizo saber a
los ciudadanos (y de esto sí que se enteraron muy bien) de que los ‘malos’, los
que habían hecho cosas feas, eran los del otro lado, mientras que ellos estaban
cubiertos por el manto purificador del
marxismo – leninismo, amplio como la capa de Luis Candelas, que operaba una
especie de redención político – moral con efecto retroactivo.
Estaba mal visto hablar con extranjeros, pero
quien esto escribe puede atestiguar que casi siempre fue tratado con amabilidad
(con pocas excepciones ligadas a la burocracia del sistema), e incluso, en los
complicados pasos fronterizos, con cortesía, aunque fría.
La propaganda actuó con eficacia y, basándose
también en un uso ‘despreocupado’ de las estadísticas, realizó otro milagro
alemán: convencer a buena parte del mundo occidental de que las realizaciones
económicas de la DDR eran maravillosas, llegándose a afirmar que se había
convertido en la 10º potencia industrial del mundo.
Naturalmente, el montaje no
resistió la caída del Muro: cuando los
expertos de la Alemania Occidental pudieron ir allí, convencidos de que era
verdad al menos gran parte de lo que se había dicho, vieron con desconcierto
que ‘el Rey estaba desnudo’ y que había poco que hacer: grandes
establecimientos industriales con maquinaria obsoleta, plantilla insostenible
por sobredimensionada, burocratismo omnipresente, falta de fondos de pensiones…
Contra lo que se había pensado, aquello no resultaba viable.
No obstante, la cuestión hay que plantearla
en su contexto: para Europa Oriental, la DDR era el país más desarrollado,
superando incluso en algunos aspectos a la propia URSS, y esto sí fue mérito de
los alemanes orientales, pero el sistema no se sostenía; por eso cayó.
Pero hemos adelantado acontecimientos.
En el
verano de 1989, cantidades importantes de alemanes orientales, que pasaban unas
vacaciones en Hungría, se amontonaron como refugiados en embajadas
occidentales, creando tal problema, ante la impotencia del gobierno de la DDR,
que al fin los húngaros autorizaron su traslado, en trenes cerrados, a
Occidente. En Checoslovaquia comenzó a pasar lo mismo. El sistema se cuarteaba,
aunque muchos ciudadanos de la DDR, deseosos de cambiar el régimen, creían que
había que hacerlo desde dentro, y que aquello era una deserción.
En Octubre empezaron las manifestaciones, en
cuya organización tuvo parte no desdeñable la Iglesia Luterana. La del 16 de
Octubre, en Leipzig, no solamente fue masiva, sino decisiva: había notable
miedo por ambas partes, y no se sabía lo que podría pasar; en el momento
definitivo, la policía no actuó. La del 4 de Noviembre, en Berlín, fue ya una
manifestación autorizada.
El momento clave tuvo lugar el 9 de Noviembre, de
forma inesperada: por una falta de coordinación entre órganos del Gobierno y
una noticia confusa dada en una conferencia de prensa, miles de berlineses
orientales creyeron que ya podían pasar el Muro, y se arremolinaron ante él.
Los policías, sorprendidos, no supieron cómo reaccionar y los dejaron pasar, en
medio de un gran jolgorio popular. El famoso Muro se había roto y, como después
se vio, la Unificación era sólo cuestión de tiempo, y no muy largo. La negativa
de Gorbachov, en su viaje a Berlín, a respaldar al régimen, fue el golpe de gracia.
La DDR se preocupó mucho de la promoción del
deporte y de los éxitos deportivos, que fueron abundantes; lástima que se
comprobase luego que estaban con frecuencia ligados al uso de esteroides
anabolizantes.
En el aspecto cultural, la protección y conservación
del patrimonio dejó bastante que desear. En literatura, el ídolo fue Bertolt
Brecht, que en realidad pertenece a una época anterior, pues murió en 1956. Se
rodó una gran cantidad de películas, constituyendo una curiosa especialidad los
“Western Rojos”, en que el argumento giraba siempre en torno a indios
perseguidos y maltratados, utilizándose a yugoslavos para hacer de indios.
Vale la pena mencionar la calidad de la
música del himno nacional, 'Auferstanden aus Ruinen' ('Alzados de entre las
ruinas'), que se propuso, sin éxito, como himno nacional tras la reunificación,
se supone que cambiándole la letra.
El Gobierno dio importancia a la filatelia,
considerada como instrumento de propaganda. Por eso la DDR emitió sellos con
gran profusión (2968 de correo ordinario entre 1950 y 1990, frente a 1308 de la
República Federal). Son de muy buena calidad, más espectaculares que los de la
BRD, aunque la temática propagandística resulta excesiva. Se da también mucha
importancia a las ferias de Leipzig, principal acontecimiento comercial del
país. En círculos filatélicos occidentales se criticó bastante la práctica
viciosa de emitir muchos menos ejemplares de uno de los de la serie (no
necesariamente el de mayor valor nominal) para hacer subir el valor conjunto de
la serie entera¸ pero se trata en realidad de un pecado venial, teniendo en
cuenta las cosas que se hacen con emisiones filatélicas en tantas otras partes
del mundo.
Me encantó lo de los Westerns Rojos. Desde luego, la historia de Alemania en el siglo XX ha ido de la excelencia a la villanía (de derechas y de izquierdas) más profunda. Un buen resumen de la República "Democrática".
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