TERCER REICH
Aunque las circunstancias de Alemania facilitaron su desarrollo, el III Reich no es inteligible sin la
peculiar personalidad de Adolf Hitler.
Nacido en Austria en 1889, en una familia de clase media baja, con el padre
funcionario; inteligente, megalómano y mal adaptado al ambiente familiar y
local, fue un estudiante rebelde, de poco provecho académico y sólo interesado
por la Historia.
A la muerte de su padre, con quien se llevaba muy mal, marcha
a Viena con escasos fondos, seguro de ser admitido en la Escuela de Bellas
Artes. Rechazado por su falta de preparación, derivará su interés hacia la
arquitectura y el estudio (autodidacta siempre) de temas sociales y políticos,
permaneciendo en la ciudad, a la que desprecia como capital de un Estado que
considera decrépito. Muerta su madre y agotados sus fondos, llevará una vida
extraña, llegando a dormir en los bancos de los parques públicos y pasando los
días en las bibliotecas, donde lee y lee afanosamente.
Con riesgo próximo de
morir de frío, un mendigo conocido se compadece de él y lo lleva a un albergue,
convenciéndole de que pinte pequeños cuadros, que se venden bien a los turistas
de la época; son siempre acuarelas con paisajes urbanos y ninguna atención a la
figura humana; cuadros “arquitectónicos”, por así decir.
En esos duros años se forja su pensamiento, radical como corresponde a su carácter. Huye a Alemania por negarse a hacer el servicio militar austriaco, pero, al estallar la 1ª Guerra Mundial, no para en sus gestiones para, aun siendo extranjero, ser admitido como combatiente en el ejército de la que considera su verdadera patria. Combate muy dignamente, recibiendo la Cruz de Hierro de 2ª y después de 1ª clase.
Al acabar la guerra, aún movilizado, asiste a una reunión del NSDAP (Partido Obrero
Nacionalsocialista Alemán), grupo minúsculo y desconocido, por orden de Ernst
Roehm, del Servicio de Información Militar. Roehm, entonces su superior, pasará
a ser su amigo y su principal auxiliar, para acabar fusilado en la “Noche de
los Cuchillos Largos” de 1934 por considerar Hitler que aquél, jefe de las S.A.
(Grupos de Asalto), estaba derivando demasiado hacia la izquierda y
constituyendo quizá un foco rival de poder.
El NSDAP, dirigido muy pronto por Hitler, crecerá, primero despacio y después
cada vez más deprisa, extendiéndose primero entre excombatientes y más tarde
entre la clase media. Tras vicisitudes que no hay tiempo de detallar, llegará
al poder en 1933, en tres fases:
-la primera, las elecciones triunfantes que
convertirán a Hitler en Jefe de un gobierno de coalición, nombrado por el
Canciller-Presidente, el viejo mariscal von Hindenburg, que por cierto no podía
tragar a Hitler;
-la segunda, el Decreto de Emergencia en Febrero, tras el
incendio del Reichstag (de autoría aun hoy discutida), primero de una serie que
desmontaba las bases de la democracia parlamentaria existente;
-la tercera, la
muerte, ya en 1934, de Hindenburg,
que será sucedido por Hitler, a partir de entonces ya Canciller (Jefe del
Estado), aunque prefirió siempre el título de Guía (Führer).
Ya quedó dicho que Hitler fue siempre un megalómano. Estaba obsesionado por varias cosas: la grandeza de una Gran Alemania que integrase a todos los germanos y fuese la potencia predominante en Europa; la necesidad de una economía dirigida, el desprecio por los regímenes parlamentarios, el odio al marxismo, considerado como el gran enemigo de la civilización europea, junto con el sionismo; el dogma de la superioridad de la raza aria (que él no había inventado, sino aprendido en sus lecturas), raza aria simplificada con escaso rigor al ser identificada con el tronco germánico.
Ya quedó dicho que Hitler fue siempre un megalómano. Estaba obsesionado por varias cosas: la grandeza de una Gran Alemania que integrase a todos los germanos y fuese la potencia predominante en Europa; la necesidad de una economía dirigida, el desprecio por los regímenes parlamentarios, el odio al marxismo, considerado como el gran enemigo de la civilización europea, junto con el sionismo; el dogma de la superioridad de la raza aria (que él no había inventado, sino aprendido en sus lecturas), raza aria simplificada con escaso rigor al ser identificada con el tronco germánico.
Esta doctrina de un racismo
radical adquiría sus más terribles acentos en un antisemitismo visceral, que
tampoco había nacido con él, pero que ahora fue llevado a lo más despiadados
extremos. Las medidas antijudías, que se iniciaron en 1933 y se acentuaron y
concretaron en las Leyes de Nürnberg de 1935, condujeron, ya durante la guerra,
a la llamada “solución final”, es decir al exterminio físico, que se llevó a
cabo en buena parte y sistemáticamente.
La doctrina nacionalsocialista, que fue compartida por millones de personas, y
no sólo en Alemania, en ningún caso se puede calificar como mera “dictadura”;
era una doctrina totalitaria, en el sentido más técnico y riguroso del término:
de raíces hegelianas, consideraba al Estado como suprema realización humana, lo
que implicaba la total subordinación en principio del individuo al Estado, no
pudiendo existir por tanto unos derechos individuales fijos y catalogados que
se pudieran considerar inviolables.
Aún hay otros aspectos dignos de reseñar en la personalidad de Adolf Hitler; su
magnetismo personal era indudable y difícil hoy de comprender por los que no lo
experimentaron, pero captó a la mayoría de sus conciudadanos de elección, que
le siguieron hasta el terrible final (pese a la política fríamente planificada
y ejecutada por sus enemigos anglosajones de los bombardeos masivos
precisamente sobre la población civil, prescindiendo de la no existencia de
objetivos militares, lo cual fue también criminal; a cada cual lo suyo). Es
curioso que, antes de la guerra, algún personaje tan poco sospechoso de
afinidades ideológicas como Winston Churchill, considerara al Führer “un gran
hombre” y afirmara que desearía que Inglaterra, en caso de dificultades,
pudiera contar con alguien como él.
Aunque su doctrina es sistemática, lejos de la improvisación y oportunismo de
la de Mussolini, rasgo típico de Hitler era que, por su absoluta fe en sí
mismo, confió una y otra vez en sus “intuiciones”, que, si a veces eran
acertadas, a menudo resultaron tan erróneas como calamitosas, como se vio
cuando se empeñó en dirigir personalmente las operaciones militares a partir de
un cierto momento de la Guerra Mundial. Su deficiente y un tanto caótica
formación le llevaron a que su mundo se encerrase en Europa, sin llegar a tener
una visión global.
En política interior, tras imponer una fuerte disciplina social, luchó
eficazmente contra el paro, utilizando similares métodos a los que por entonces
empleaba Roosevelt en EE.UU.: obras públicas y rearme. Se sirvió muy
ampliamente de la propaganda, pero, excepto en el caso de los judíos, no se
llegó a la intromisión en la vida cotidiana del ciudadano que era moneda
corriente en la URSS.
Buena parte de su éxito entre gran parte de la población se debió a los
objetivos de su política exterior: devolución a los alemanes de su sentido de
la dignidad nacional, eliminación de las restricciones del “Diktat” de
Versalles (recuperación del Sarre, en este caso tras plebiscito; fin de las
indemnizaciones excesivas que habían ahogado la economía del país;
remilitarización de la zona renana, siempre codiciada por Francia, incluso en
1945; formación de un ejército moderno y potente, acabando con las limitaciones
al respecto).
También encontró amplio eco el pangermanismo (un pueblo, un
Reich, un Führer): anexión de Austria, incorporación de los Sudetes alemanes en
las márgenes checas, intento de incorporación de la Ciudad Libre de Dantzig,
igualmente creación de Versalles.
Pero en realidad Hitler no quería simplemente Dantzig; quería Polonia. Esto nos
lleva al objetivo más vidrioso de su política exterior: la creación de un
“Lebensraum”, o sea, un “espacio vital” que serviría de expansión y tierra de explotación
a Alemania.
Ejemplo son la desmembración forzada e inicua de Checoslovaquia, con creación de
un “Protectorado” de Bohemia y Moravia; ataque a Polonia el 1-Septiembre-1939
(aquí empezó la guerra) y conversión de parte de ella (el llamado “Gobierno
General”), no en territorio de ocupación, sino en espacio de expansión (el
resto de Polonia fue ocupado el 16-septiembre por la URSS, de acuerdo con el
Reich, pero esto es ya otra historia de la que nos ocuparemos en la entrada
correspondiente); intento de convertir Rusia, aparte de cuestiones ideológicas,
en zona del mismo tipo (no se olvide al respecto que, para el
nacionalsocialismo, los eslavos eran también una raza inferior y por tanto
despreciable).
Hitler no buscaba la guerra general en sí misma (ignoraba a los EE.UU., no
sentía particular odio hacia Francia y respetaba profundamente a Gran Bretaña y
su Imperio). Mas sabía que esa guerra general se produciría, y la consideraba
un paso necesario.
Al principio todo fueron éxitos y la maquinaria militar funcionó a la perfección; a mediados de 1942 la guerra estaba ya perdida, fundamentalmente por la desproporción de recursos entre los dos bandos, mayor aún que en la anterior Guerra Mundial, desproporción ayudada por los grandes errores que cometió Hitler.
Uno fue atacar a la URSS en junio de 1941, dando lugar a la fatídica
guerra en dos frentes, con horror del Alto Estado Mayor alemán, y otro facilitar,
mediante su alianza con Italia, que Mussolini decidiera intervenir (junio de
1940), con insensata alegría, lo cual no constituyó una ayuda para el Reich,
sino precisamente todo lo contrario. Parece mentira que se lograra prolongar la
resistencia hasta mediados de 1945, sobre todo teniendo en cuenta la
intervención directa de EE.UU., cuyo presidente Roosevelt estaba ya
interviniendo so capa desde el principio, pero al final todo acabó.
Adolf Hitler no era persona para huir ni para rendirse. Permaneció en Berlín,
en el bunker subterráneo de la Cancillería y se suicidó el 30 de abril cuando
las tropas soviéticas estaban a pocos cientos de metros. El 6 de mayo, su
sucesor designado, el almirante Doenitz, capituló. El Tercer Reich había
terminado y comenzaba la ocupación de un territorio reducido a ruinas.
Desde el punto de vista filatélico, se toma como referencia inicial del III Reich el sello emitido en 1933 conmemorando la sesión inaugural del nuevo Reichstag en Potsdam, con efigie de Federico el Grande (uno de los héroes de Hitler). De todas formas, hasta 1936 siguieron emitiéndose sellos del viejo modelo del canciller Hindenburg. A pesar del carácter totalitario del régimen, los sellos tienen menos carga política, ideológica y propagandística de lo que podría pensarse (y, desde luego, muchísima menos que los de la URSS), aunque aparecen, y se recogen en los ejemplos adjuntos, sellos conmemorativos de los “éxitos” del sistema: recuperación del Sarre, anexión de los Sudetes y de Austria.
La efigie del Führer no aparece hasta 1938. Se puede observar que la
denominación oficial del Estado (y por ende la leyenda de los sellos) pasó a
ser Grossdeutsches Reich en 1943, cuando ya no estaba el horno para muchos
bollos.
La última emisión se hizo a principios de mayo de 1945, o sea cuando Hitler ya había muerto en el bunker de la Cancillería. Se incluye un impresionante ejemplo de la penúltima emisión, dedicada a glorificar a la Volksturm, patética milicia de ancianos y adolescentes reclutada en abril de 1945 para contribuir a la defensa de la capital frente al definitivo ataque soviético; por razones comprensibles, es de mala calidad técnica.
OCUPACIONES DESDE 1945
En la Conferencia de Potsdam se recapituló y completó lo ya tratado en otras anteriores: Alemania quedaría dividida en cuatro zonas de ocupación, a saber, americana, británica, francesa y soviética; el mismo estatuto de ocupación cuatripartita se aplicaría a la capital, Berlín. Ello se entiende independientemente de las considerables amputaciones infligidas al país, especialmente en su parte oriental. Todo lo cual lleva a la subsiguiente clasificación, tanto filatélica como política.
ZONA AMERICANA, INGLESA Y SOVIÉTICA
Sellos con la leyenda “Deutsche Post”, que corresponden a la época de cooperación, aunque precaria, entre las tres potencias. Se emiten de 1946 a 1948.
BIZONA ANGLOAMERICANA
Comprende dos supuestos muy diferentes:
-Sellos emitidos por los angloamericanos durante la última fase de la guerra en su avance hacia el Este. Leyenda: Deutschland - AM Post (Allied Military Post).
-Sellos emitidos por americanos y británicos tras el deterioro de las relaciones con los soviéticos y el cese de cooperación en este aspecto. Corresponden a 1948-49.
ZONA SOVIÉTICA
De 1945 a 1948, los soviéticos produjeron emisiones meramente regionales, durante mucho tiempo no contempladas por los catálogos occidentales. Concretamente, para Mecklenburg - Pomerania, Sajonia, Sajonia Occidental, Sajonia Oriental y Turingia. También para Berlín, pero de ello se tratará en la próxima entrada.
Sajonia Sajonia Occidental Sajonia Oriental |
Mecklenburg Turingia |
De 1948 a 1949,
coincidiendo con la ruptura con los occidentales y la creación ya mencionada de
la Bizona, se hicieron también emisiones
generales para toda la zona soviética de ocupación.
En una primera fase, se utilizaron con sobrecarga los sellos conjuntos anteriores (“Sowjetische Besatzung Zone”). Más tarde, se emitieron sellos específicos.
ZONAS DE OCUPACIÓN FRANCESAS
De lo dicho hasta ahora se desprende que los franceses colaboraron muy poco o
nada con los otros aliados occidentales, al menos en materia postal. En 1945
emitieron sellos generales para todo el territorio ocupado por ellos, con la
expresión genérica “Zone française”.
De 1947 a 1949 sacaron series específicas para cada uno de los tres territorios ocupados, a saber: BADEN, RENANIA-PALATINADO y WÜRTTENBERG.
Baden Württenberg Palatinado |
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