LAS DOS ALEMANIAS (I)
ALEMANIA
FEDERAL
La rapidez del nacimiento de la República
Federal de Alemania, a menudo llamada Alemania Occidental, se debió a la guerra
fría.
Como continuación de la Conferencia de Yalta
(4-11 de febrero de 1945), en la que un complaciente Roosevelt (que seguía
considerando a Stalin ‘un gran demócrata’ y ‘un aliado de toda confianza’)
cedió al soviético, ante la impotencia de Churchill, 170 millones de europeos,
además de preverse la reducción de la futura Alemania a un estado fantasma.
Ya terminada la contienda en Europa, tuvo lugar la Conferencia de Potsdam: 17
de julio a 2 de agosto de 1945. Roosevelt, el clarividente, no pudo asistir
porque había muerto el 12 de abril; le sustituyó su sucesor Truman, hombre,
aunque no ciertamente brillante, alejado de las peculiaridades de su antecesor;
pero, recién catapultado a la Presidencia desde la Vicepresidencia, carecía aún
de toda experiencia en política exterior.
Churchill acudió, pero no permaneció mucho
tiempo, pues, al ser derrotado en las elecciones de ese mismo mes de julio,
hubo de ceder el puesto al nuevo Primer Ministro, el laborista Attlee, también
sin la necesaria preparación y además sin poder contar con el respaldo, como el
americano, de una inmensa potencia militar e industrial; por si fuera poco, los
laboristas habían basado su campaña electoral, en lo que se refiere a política
exterior, en la estrecha colaboración con la URSS y en general, con los
movimientos de izquierda del mundo.Por ejemplo, Churchill había acudido con el
propósito de conseguir que la frontera alemana, en el este, se fijara en el
Neisse Oriental, en lugar de en el Neisse Occidental, pero Attlee fue más
complaciente con Stalin, que estaba en su mejor forma.
Potsdam delegó a un Consejo de ministros de
Asuntos Exteriores de los ‘Cinco’ (es decir, incluyendo también a Francia y
China, que no se sabe qué tenía que hacer ahí) la elaboración de los Tratados
de Paz, e indicó los criterios directivos del alemán, que debía de ser
durísimo, con el desmantelamiento de toda industria que pudiera considerarse
‘bélica’, sumisión del país por tiempo indeterminado a un régimen de ocupación que impidiese la
institución de un gobierno central, las libertades democráticas concedidas sólo
a condición de que no entorpeciesen las exigencias de los vencedores; en
resumen, no ya el nacionalsocialismo, sino la misma Alemania había de ser
quebrantada, y para siempre.
A lo largo de los dos años siguientes se vio
cuál era la interpretación que Stalin daba a los acuerdos de Yalta. Protegidos
por el Ejército Rojo, en los países que éste ocupaba, los dirigentes comunistas
se apoderaban de todas las palancas del poder, manteniendo gobiernos de ficticia
‘unidad nacional’, pero borrando toda oposición e incluso toda tímida
disidencia.
Hungría, Rumania, Bulgaria…; en Checoslovaquia los partidos
socialista y comunista firmaron un pacto de acción conjunta (igual al celebrado en Italia tras la
Asamblea Constituyente), que llevaría al golpe de estado comunista de 1948. Y
eso por no hablar de Albania y de Yugoslavia, donde, en aquellos días, Tito
mantenía su filial devoción a Moscú.
Los EE.UU. se iban amostazando, mientras el
gobierno laborista inglés parecía mirar para otro lado. Pero la gota que colmó
el vaso fue Grecia. Grecia ‘había quedado’ en el lado occidental según los
acuerdos de Yalta, pero los guerrilleros
comunistas mantenían una feroz insurrección, con visos de guerra civil,
contando con los yugoslavos del otro lado de la frontera como continua base de
abastecimientos y refugio; las tropas inglesas, que debían ayudar al gobierno
griego en apuros, lo hacían con desgana o con poca eficacia.
Entonces los
EE.UU. tomaron cartas en el asunto. Truman se había enterado por fin de qué iba
la cuestión y cambiado de Secretario de Estado, nombrando al eficiente general
George Marshall, que había sido Jefe de Estado Mayor durante la todavía
reciente guerra. El 12 de marzo de 1947, el presidente Truman
convocó una sesión extraordinaria del Congreso, con ambas Cámaras reunidas, y
pronunció un discurso anunciando la política que se llamaría de ‘containment’:
dondequiera que la URSS manifestase propósitos expansionistas, los EE.UU. se
opondrían; se concedía un generoso crédito a Grecia y otro menor a Turquía, en
ambos casos para su defensa.
Había nacido la ‘guerra fría’. Poco más tarde se
aprobaría un cuantioso plan de ayuda económica, el llamado ‘Plan Marshall’ para
la reconstrucción económica de diversos
países europeos, ofrecido también de forma explícita a la URSS y países ya
satélites, pero rechazado por éstos, con calurosa aprobación de los partidos
comunistas francés e italiano, que eran los que contaban en Occidente. Conviene
a este último respecto recordar que, si Stalin había disuelto en 1943 la
Komintern, como muestra de su espíritu democrático, había fundado en 1946 la
Kominform, que era lo mismo con otro nombre.
Dos días antes del discurso aludido,
comenzaba en Moscú la Conferencia de Ministros de AA.EE. prevista en Potsdam
para concretar el Tratado de Paz con Alemania, conferencia que concluyó el 24
de abril sin resultados, toda vez que ya había dos bloques enfrentados.
Alemania se quedó, pues, sin Tratado de Paz,
situación muy anómala en el momento, pero, vista la cuestión con perspectiva
histórica, parece sensato afirmar que fue mejor así. Se puede imaginar cómo
hubiera sido el Tratado, y, si muchos de sus aspectos hubieran quedado
invalidados por la guerra fría, otros quizá no; pensemos por ejemplo, en los
propósitos franceses bastante patentes de llevar su frontera por el norte hasta
el Rin (como ya se insinuó en 1919), con lo que, de la noche a la mañana, los
renanos hubieran seguido hablando alemán, pero con nacionalidad francesa,
como ya les había ocurrido a los
alsacianos a fines del siglo XVII, por no hablar de otros ejemplos de
aplicación de la doctrina gala de las ‘fronteras naturales’.
Hemos dedicado mucho espacio a este período
de tiempo subsiguiente al fin de la guerra, pero es trascendental, y no sólo
para Alemania, y ni siquiera sólo para Europa. Por otra parte, ello nos excusa
de detallar todo el problema en otras entradas.
Con la nueva situación, en las zonas de
ocupación occidentales se detuvo el desmantelamiento de las industrias (la
fábrica Volkswagen, por citar un ejemplo, se quedó en su sitio y no fue
desmontada y trasladada a Inglaterra, como estaba previsto), y se buscó una
persona de confianza en nada comprometida con el régimen anterior.
Esa persona
fue Konrad Adenauer, de ideología cristiano-demócrata, verdadero padre de la
que sería Alemania Occidental. Se redactó una Ley Fundamental (no podía
llamarse Constitución, al no haber Tratado de Paz) de tipo federal, y se
favoreció la formación de dos partidos políticos principales: la C.D.U.,
cristianodemócrata, y el S.P.D., socialdemócrata, con un partido liberal
(F.D.P.) como bisagra.
Se buscó una capital, que no podía ser Berlín
(sometida al régimen de ocupación cuatripartita), resultando elegida la
pequeña, tranquila y barroca ciudad de Bonn, pronto doblada por un inmenso
suburbio, Bad Godesberg, donde entre bosques se alzaron de forma discreta más y
más edificios para albergar organismos oficiales.
Así nació oficialmente, el 23 de mayo de
1949, la Bundesrepublik Deutschland (BRD), la República Federal Alemana, sobre
los 248.717 Km2 correspondientes a las que habían sido zonas de ocupación
norteamericana, británica y francesa. Estaba compuesta por 8 Länder, sin contar
un Berlín Occidental formalmente no incorporado y sujeto a régimen especial.
Los 8 se convertirían en 9 con la incorporación del Sarre en 1957.
En 1952 Stalin hizo una oferta: unificación
de las dos Alemanias a cambio de que el estado resultante quedara neutralizado
y desmilitarizado, es decir, en la misma situación que Austria. Pero, en el
caso de una agresión rusa, Alemania no tenía la misma significación que
Austria, sino que su posición estratégica era esencial; por eso estaba el
territorio de Alemania Occidental lleno de bases estadounidenses, británicas e
incluso francesas, parte de las cuales aún perduran. En consecuencia, la
propuesta soviética fue rechazada por el gobierno de Alemania Occidental y por
las potencias occidentales.
Dentro de esa política defensiva, en 1955 se
permitió la creación de un nuevo ejército alemán, la Bundeswehr, aunque, eso
sí, totalmente integrado en la OTAN (fundada en 1949), lo que equivalía a
totalmente dependiente de los EE.UU.; tampoco se permitió la resurrección del
Alto Estado Mayor, de infausta memoria para los aliados vencedores.
La Alemania Federal gozó de una rápida
reconstrucción, ayudada por el Plan Marshall, y de un no menos rápido
crecimiento económico. El proceso había empezado ya desde la misma rendición,
siendo admirable la capacidad de trabajo y la eficacia de la población para
lograr lo que luego se llamaría ‘milagro alemán’. En los años sesenta se
convirtió en potente foco de atracción de trabajadores extranjeros y en
propietario de una moneda (Deutsche Mark = DM) sólida y prestigiosa. Esta
recuperación fue asimismo posible porque el nuevo estado disfrutó de
estabilidad política y social, sin las crispaciones que afectaron a otras
naciones de Europa Occidental.
De 1949 a 1963 gobernó la CDU. A partir de
esa fecha, el SPD inició una política de aproximación a Alemania Oriental
(Ostpolitik): se reconoció al estado comunista, se trató de mejorar las
relaciones y de llegar a acuerdos parciales, e incluso, en textos y medios de difusión
ligados al SPD, se trató de difundir una visión mejorada, rosácea y con algún
ribete lírico de los hermanos separados, lo cual se presta incluso a
interpretaciones freudianas, aparte del hecho de que se veía la situación de
dos Alemanias distintas y separadas como definitiva.
En 1982, desgastado el
SPD, volvió a gobernar la CDU, dirigida ahora por Helmut Kohl, el político a
quien le tocaría pechar con los problemas de la reunificación.
Alemania Federal participó desde el principio
en el proceso de unidad europea: miembro fundador en 1951 de la CECA (Comunidad
Europea del Carbón y del Acero) y signataria en 1957 del Tratado de Roma, el
cual creaba la Comunidad Económica Europea.
Paradójicamente, no fue admitida en
la ONU hasta 1973, pues, dada la balanza de poder mundial, o entraban las dos
Alemanias o no entraba ninguna.
La República Federal cuidó de su filatelia.
No tan prolífica y espectacular como su hermana oriental, mantuvo sin embargo
un nivel alto de calidad estética y numerosas emisiones conmemorativas, dentro
de un criterio general de discreción.
Es de destacar la atención prestada a los
cuentos y tradiciones populares, así como a los paisajes urbanos. En los sellos
de tema religioso, que son bastantes, es exquisito el tacto con que se equilibran
los católicos y los protestantes.
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