jueves, 7 de julio de 2011

ALEMANIA 3 (1949 - 1990)



LAS DOS ALEMANIAS (I)


ALEMANIA FEDERAL


La rapidez del nacimiento de la República Federal de Alemania, a menudo llamada Alemania Occidental, se debió a la guerra fría.

Como continuación de la Conferencia de Yalta (4-11 de febrero de 1945), en la que un complaciente Roosevelt (que seguía considerando a Stalin ‘un gran demócrata’ y ‘un aliado de toda confianza’) cedió al soviético, ante la impotencia de Churchill, 170 millones de europeos, además de preverse la reducción de la futura Alemania a un estado fantasma.

Ya terminada la contienda en Europa, tuvo lugar la Conferencia de Potsdam: 17 de julio a 2 de agosto de 1945. Roosevelt, el clarividente, no pudo asistir porque había muerto el 12 de abril; le sustituyó su sucesor Truman, hombre, aunque no ciertamente brillante, alejado de las peculiaridades de su antecesor; pero, recién catapultado a la Presidencia desde la Vicepresidencia, carecía aún de toda experiencia en política exterior.

Churchill acudió, pero no permaneció mucho tiempo, pues, al ser derrotado en las elecciones de ese mismo mes de julio, hubo de ceder el puesto al nuevo Primer Ministro, el laborista Attlee, también sin la necesaria preparación y además sin poder contar con el respaldo, como el americano, de una inmensa potencia militar e industrial; por si fuera poco, los laboristas habían basado su campaña electoral, en lo que se refiere a política exterior, en la estrecha colaboración con la URSS y en general, con los movimientos de izquierda del mundo.Por ejemplo, Churchill había acudido con el propósito de conseguir que la frontera alemana, en el este, se fijara en el Neisse Oriental, en lugar de en el Neisse Occidental, pero Attlee fue más complaciente con Stalin, que estaba en su mejor forma.

Potsdam delegó a un Consejo de ministros de Asuntos Exteriores de los ‘Cinco’ (es decir, incluyendo también a Francia y China, que no se sabe qué tenía que hacer ahí) la elaboración de los Tratados de Paz, e indicó los criterios directivos del alemán, que debía de ser durísimo, con el desmantelamiento de toda industria que pudiera considerarse ‘bélica’, sumisión del país por tiempo indeterminado a un  régimen de ocupación que impidiese la institución de un gobierno central, las libertades democráticas concedidas sólo a condición de que no entorpeciesen las exigencias de los vencedores; en resumen, no ya el nacionalsocialismo, sino la misma Alemania había de ser quebrantada, y para siempre.

A lo largo de los dos años siguientes se vio cuál era la interpretación que Stalin daba a los acuerdos de Yalta. Protegidos por el Ejército Rojo, en los países que éste ocupaba, los dirigentes comunistas se apoderaban de todas las palancas del poder, manteniendo gobiernos de ficticia ‘unidad nacional’, pero borrando toda oposición e incluso toda tímida disidencia. 

Hungría, Rumania, Bulgaria…; en Checoslovaquia los partidos socialista y comunista firmaron un pacto de acción conjunta  (igual al celebrado en Italia tras la Asamblea Constituyente), que llevaría al golpe de estado comunista de 1948. Y eso por no hablar de Albania y de Yugoslavia, donde, en aquellos días, Tito mantenía su filial devoción a Moscú.

Los EE.UU. se iban amostazando, mientras el gobierno laborista inglés parecía mirar para otro lado. Pero la gota que colmó el vaso fue Grecia. Grecia ‘había quedado’ en el lado occidental según los acuerdos de Yalta,  pero los guerrilleros comunistas mantenían una feroz insurrección, con visos de guerra civil, contando con los yugoslavos del otro lado de la frontera como continua base de abastecimientos y refugio; las tropas inglesas, que debían ayudar al gobierno griego en apuros, lo hacían con desgana o con poca eficacia. 

Entonces los EE.UU. tomaron cartas en el asunto. Truman se había enterado por fin de qué iba la cuestión y cambiado de Secretario de Estado, nombrando al eficiente general George Marshall, que había sido Jefe de Estado Mayor durante la todavía reciente guerra. El 12 de marzo de 1947, el presidente Truman convocó una sesión extraordinaria del Congreso, con ambas Cámaras reunidas, y pronunció un discurso anunciando la política que se llamaría de ‘containment’: dondequiera que la URSS manifestase propósitos expansionistas, los EE.UU. se opondrían; se concedía un generoso crédito a Grecia y otro menor a Turquía, en ambos casos para su defensa. 

Había nacido la ‘guerra fría’. Poco más tarde se aprobaría un cuantioso plan de ayuda económica, el llamado ‘Plan Marshall’ para la  reconstrucción económica de diversos países europeos, ofrecido también de forma explícita a la URSS y países ya satélites, pero rechazado por éstos, con calurosa aprobación de los partidos comunistas francés e italiano, que eran los que contaban en Occidente. Conviene a este último respecto recordar que, si Stalin había disuelto en 1943 la Komintern, como muestra de su espíritu democrático, había fundado en 1946 la Kominform, que era lo mismo con otro nombre.


Dos días antes del discurso aludido, comenzaba en Moscú la Conferencia de Ministros de AA.EE. prevista en Potsdam para concretar el Tratado de Paz con Alemania, conferencia que concluyó el 24 de abril sin resultados, toda vez que ya había dos bloques enfrentados.

Alemania se quedó, pues, sin Tratado de Paz, situación muy anómala en el momento, pero, vista la cuestión con perspectiva histórica, parece sensato afirmar que fue mejor así. Se puede imaginar cómo hubiera sido el Tratado, y, si muchos de sus aspectos hubieran quedado invalidados por la guerra fría, otros quizá no; pensemos por ejemplo, en los propósitos franceses bastante patentes de llevar su frontera por el norte hasta el Rin (como ya se insinuó en 1919), con lo que, de la noche a la mañana, los renanos hubieran seguido hablando alemán, pero con nacionalidad francesa, como  ya les había ocurrido a los alsacianos a fines del siglo XVII, por no hablar de otros ejemplos de aplicación de la doctrina gala de las ‘fronteras naturales’.


Hemos dedicado mucho espacio a este período de tiempo subsiguiente al fin de la guerra, pero es trascendental, y no sólo para Alemania, y ni siquiera sólo para Europa. Por otra parte, ello nos excusa de detallar todo el problema en otras entradas.

Con la nueva situación, en las zonas de ocupación occidentales se detuvo el desmantelamiento de las industrias (la fábrica Volkswagen, por citar un ejemplo, se quedó en su sitio y no fue desmontada y trasladada a Inglaterra, como estaba previsto), y se buscó una persona de confianza en nada comprometida con el régimen anterior. 

Esa persona fue Konrad Adenauer, de ideología cristiano-demócrata, verdadero padre de la que sería Alemania Occidental. Se redactó una Ley Fundamental (no podía llamarse Constitución, al no haber Tratado de Paz) de tipo federal, y se favoreció la formación de dos partidos políticos principales: la C.D.U., cristianodemócrata, y el S.P.D., socialdemócrata, con un partido liberal (F.D.P.) como bisagra.

Se buscó una capital, que no podía ser Berlín (sometida al régimen de ocupación cuatripartita), resultando elegida la pequeña, tranquila y barroca ciudad de Bonn, pronto doblada por un inmenso suburbio, Bad Godesberg, donde entre bosques se alzaron de forma discreta más y más edificios para albergar organismos oficiales.

Así nació oficialmente, el 23 de mayo de 1949, la Bundesrepublik Deutschland (BRD), la República Federal Alemana, sobre los 248.717 Km2 correspondientes a las que habían sido zonas de ocupación norteamericana, británica y francesa. Estaba compuesta por 8 Länder, sin contar un Berlín Occidental formalmente no incorporado y sujeto a régimen especial. Los 8 se convertirían en 9 con la incorporación del Sarre en 1957.

En 1952 Stalin hizo una oferta: unificación de las dos Alemanias a cambio de que el estado resultante quedara neutralizado y desmilitarizado, es decir, en la misma situación que Austria. Pero, en el caso de una agresión rusa, Alemania no tenía la misma significación que Austria, sino que su posición estratégica era esencial; por eso estaba el territorio de Alemania Occidental lleno de bases estadounidenses, británicas e incluso francesas, parte de las cuales aún perduran. En consecuencia, la propuesta soviética fue rechazada por el gobierno de Alemania Occidental y por las potencias occidentales.

Dentro de esa política defensiva, en 1955 se permitió la creación de un nuevo ejército alemán, la Bundeswehr, aunque, eso sí, totalmente integrado en la OTAN (fundada en 1949), lo que equivalía a totalmente dependiente de los EE.UU.; tampoco se permitió la resurrección del Alto Estado Mayor, de infausta memoria para los aliados vencedores.

La Alemania Federal gozó de una rápida reconstrucción, ayudada por el Plan Marshall, y de un no menos rápido crecimiento económico. El proceso había empezado ya desde la misma rendición, siendo admirable la capacidad de trabajo y la eficacia de la población para lograr lo que luego se llamaría ‘milagro alemán’. En los años sesenta se convirtió en potente foco de atracción de trabajadores extranjeros y en propietario de una moneda (Deutsche Mark = DM) sólida y prestigiosa. Esta recuperación fue asimismo posible porque el nuevo estado disfrutó de estabilidad política y social, sin las crispaciones que afectaron a otras naciones de Europa Occidental.

De 1949 a 1963 gobernó la CDU. A partir de esa fecha, el SPD inició una política de aproximación a Alemania Oriental (Ostpolitik): se reconoció al estado comunista, se trató de mejorar las relaciones y de llegar a acuerdos parciales, e incluso, en textos y medios de difusión ligados al SPD, se trató de difundir una visión mejorada, rosácea y con algún ribete lírico de los hermanos separados, lo cual se presta incluso a interpretaciones freudianas, aparte del hecho de que se veía la situación de dos Alemanias distintas y separadas como definitiva. 

En 1982, desgastado el SPD, volvió a gobernar la CDU, dirigida ahora por Helmut Kohl, el político a quien le tocaría pechar con los problemas de la reunificación.

Alemania Federal participó desde el principio en el proceso de unidad europea: miembro fundador en 1951 de la CECA (Comunidad Europea del Carbón y del Acero) y signataria en 1957 del Tratado de Roma, el cual creaba la Comunidad Económica Europea

Paradójicamente, no fue admitida en la ONU hasta 1973, pues, dada la balanza de poder mundial, o entraban las dos Alemanias o no entraba ninguna.

La República Federal cuidó de su filatelia. No tan prolífica y espectacular como su hermana oriental, mantuvo sin embargo un nivel alto de calidad estética y numerosas emisiones conmemorativas, dentro de un criterio general de discreción. 

Es de destacar la atención prestada a los cuentos y tradiciones populares, así como a los paisajes urbanos. En los sellos de tema religioso, que son bastantes, es exquisito el tacto con que se equilibran los católicos y los protestantes.


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