miércoles, 27 de febrero de 2013

AFGANISTÁN




AFGANISTÁN      Asia Central

Capital: Kabul
Forma de gobierno: República islámica y presidencialista
Superficie: 652.225 Km2 (40º)
Población: 30.419.928 hab (40º)   Densidad: 47 hab/Km2
PIB/cápita: 1.000 $ (218º)

Se trata de un país sin salida al mar, ubicado en el corazón de Asia y de agitada historia.

El establecimiento de algo que pueda llamarse un estado (bajo la forma de monarquía unificadora de diferentes tribus) se produce en 1747. Sin embargo, se suele considerar que el moderno Afganistán nace en 1826, tras la caída del Imperio Duwani, que, aunque también llevaba el nombre oficial de Reino de Afganistán, era mucho más extenso.

A lo largo del siglo XIX se convierte en preocupación constante para los británicos, hipersensibilizados por la expansión rusa en Asia Central, que ven como una amenaza para su India; pero, pese a repetidos y sangrientos intentos, no lograrán consolidar  ni siquiera un protectorado permanente en Afganistán, verdadera ‘zona tampón’ entre los dos imperios, ruso y británico. Es el ‘gran juego’, según la expresión creada o difundida por Kipling. Los intentos británicos de manipular la región se prolongarán hasta después de la Primera Guerra Mundial.

Amanulá (1919 – 1929) se sacudió ese tipo de injerencias aproximándose a la recién creada URSS. Llevó a cabo reformas sociales, políticas y económicas.

Tras una tanda de asesinatos y derrocamientos, Zahir Shah estableció el primer Parlamento  en 1965, época de fermentación política. 

Fue derrocado por su primo y ex – primer ministro Mohamed Daud Jan, quien proclamó la República en 1973

Esta República duró de 1973 a 1978. Daud Jan, que quedó como patrono de la misma, prometió reformas progresistas, pero en 1977 estableció un partido único que resultó impopular, y se enfrentó con el PDPA (Partido comunista). Daud acabó ejecutado y los comunistas proclamaron la que llamaron ‘República Democrática’. 


En 1978 se instala, pues, un gobierno comunista. Sobre las características, gracias y donaires de un sistema de tal tipo, no es preciso que nos extendamos aquí. Sin embargo, es de justicia reconocer que, como ocurrió en las repúblicas soviéticas de Asia Central, se produjo una importante modernización, con creación de numerosas empresas y mejora de la infraestructura. 

La importancia que su protectora, la URSS, dio a Afganistán, queda demostrada por el hecho de que promovió la participación de diferentes repúblicas populares de la entonces Europa Oriental soviética.

Principales beneficiarias fueron las mujeres, a quienes se permitió no usar velo y cuya promoción e integración laboral se favoreció. Se eliminó el viejo cáncer de la usura, se llevó a cabo una campaña de alfabetización y se eliminó el cultivo del opio.


Pese a todo, el carácter foráneo y la doctrina atea base del régimen lo hacían intolerable para los buenos musulmanes, que constituían la inmensa mayoría de la población. Nacieron guerrillas, de base tribal, que hicieron necesaria la intervención militar soviética ya a fines de 1979.

Si en un primer momento los rusos llevaron la mejor parte, poco a poco la persistencia de la guerrilla fundamentalista, cada vez más apoyada por EE.UU., Pakistán, Arabia Saudí y otros estados musulmanes, todo ello en el contexto de una ‘guerra fría’, a la que hoy sabemos que ya le quedaba poco, provocó en 1989 la retirada un tanto humillante del ejército soviético.

Sin este apoyo tenía poco que hacer el gobierno de Kabul. En su última etapa practicó una política más moderada, con abolición del Consejo Revolucionario, e incluso ¡reconoció al Islam como religión del Estado!

De nada le sirvió. En 1992 los mujahidines, cuyo gobierno ya había sido reconocido por varios países árabes, entraron en Kabul y establecieron en todo el país el llamado Estado islámico, regido por la Sharia.

Tras desarmar a las organizaciones de masas del régimen anterior y concentrar el armamento en las milicias de los diferentes ‘señores de la guerra’, se creó una situación caracterizada por las continuas luchas internas y la fragmentación del país, floreciendo el cultivo y tráfico del opio y la prostitución.

El caos favoreció a la facción de los ‘talibanes’, que creció en número y, propugnando la cesación de las contiendas civiles, se hizo con el poder en el 90% del territorio, proclamando el Emirato islámico en 1996. El régimen expulsado concentró sus fuerzas en la zona más septentrional, atribuyéndose el nombre de Alianza del Norte, que mantuvo el reconocimiento de la ONU y de algunos estados.

Los talibanes eran en su origen un grupo de estudiantes islámicos con centro en la ciudad meridional de Kandahar. Implantaron un sistema tiránico que tenía como eje una interpretación extremista, radical y violenta de la Sharia o ley islámica basada en el Corán y su complemento la Sunna.

El desprecio a los derechos humanos fue absoluto, con persecuciones, matanzas y mutilaciones públicas (la foto que se acompaña corresponde a Kabul, 16 – 11 – 1999). 

Se implantó la prohibición absoluta de la televisión, videos y toda clase de música, pero esto es sólo un aspecto del régimen de vida impuesto, que parece sacado de un relato de terror.

Las mujeres, las más perjudicadas, prácticamente no tenían derecho alguno y apenas podían salir de casa, ni siquiera para ganarse la vida. Muchas se suicidaron.

Su desprecio por la ley internacional hizo que únicamente fuera reconocido por tres países: Pakistán (donde se había desarrollado el grupo), Arabia Saudí (país natal de Osama bin Laden, líder de la organización terrorista Al – Qaeda, huésped y estrecha aliada de los talibanes) y los Emiratos Árabes Unidos.

En agosto de 1998 tuvieron lugar atentados con bombas a embajadas estadounidenses, a lo cual respondió el Presidente Clinton con ataques de misiles a campos de entrenamiento de terroristas. En 1999, el Consejo de Seguridad de la ONU estableció un régimen de sanciones.

En septiembre de 2001 se produjeron los bestiales atentados con aviones en EE.UU. Éstos exigieron la entrega de bin Laden y el desmantelamiento de su organización. Ante la negativa talibán, iniciaron el 7 de octubre, apoyados por una coalición internacional, el ataque que hizo caer el 17 de diciembre las últimas posiciones del estado talibán.

La ocupación dio paso al nacimiento en 2001 de un nuevo régimen republicano bajo la protección de fuerzas de la OTAN, que, hasta el momento, permanecen en el territorio. En 2004 se aprobó la Constitución y fue elegido el presidente Karzai (reelegido en 2009 para un segundo y último mandato que finalizará en 2014).

Desgraciadamente el problema no acaba aquí y sigue siendo de actualidad; por eso parece conveniente hacer una pausa para bosquejar algunos datos geográficos, económicos y demográficos.


Afganistán está compuesto en un 75% por zonas montañosas, con algunas llanuras en el N y SO. El clima es continental extremo, con gran amplitud térmica. Las precipitaciones son escasas.

Buena parte del terreno es árido o semidesértico, exceptuándose unos cuantos valles fértiles muy poblados. La red fluvial es endorreica.

Pese a la recuperación experimentada en los últimos diez años, sigue siendo un país extremadamente pobre, aislado del mar y en gran medida dependiente de la ayuda exterior; sólo en 2010/2011 recibió 15,7 miles de millones de dólares.

Buena parte de la población continúa sufriendo escasez de alojamientos, agua potable, electricidad, atención médica y empleo. 

La criminalidad, la inseguridad, la debilidad del gobierno, las deficientes infraestructuras y las dificultades para extender el imperio de la ley a todo el país, constituyen graves obstáculos  para el desarrollo económico, mientras que los índices de calidad de vida se cuentan entre los más bajos del mundo. A pesar de la enorme ayuda que recibe, súmense otras dificultades, como las bajas percepciones fiscales, la debilidad de las estructuras administrativas  y la corrupción.

Tiene reservas de petróleo y gas, poco explotadas hasta ahora. Se han descubierto también reservas de litio, tan importante para las baterías.

La agricultura es de escasa entidad, con la excepción que ahora se dirá. Mayor importancia tiene la ganadería, especialmente ovina, que da lugar a la exportación de pieles. La industria es asimismo despreciable y a pequeña escala.

Es el mayor productor mundial de opio (unas 119.000 Ha plantadas en 2010). La mayor parte de la heroína consumida en Eurasia procede del opio de Afganistán, lo que supone un ingreso clave para los talibanes y otros grupos antigubernamentales, de unos 100 millones de dólares al año. La situación del país y la extendida corrupción dificultan por supuesto la lucha antidroga.

El 42% de la población es pashtun, y el 27%, tadjikos; se trata en ambos casos de indoeuropeos del grupo iranio. Son idiomas oficiales el dari y el pashtun, el primero de los cuales constituye una especie de lingua franca. El 80% son sunníes, y el 19%,chiítas.

La población urbana representa un 23%. La tasa de crecimiento anual alcanza un 2,22%, y ello pese a padecer la más alta mortalidad infantil del mundo: 121,63 por mil; claro que la tasa de fertilidad es de 5,64 hijos/mujer, la 9ª del planeta.

La esperanza de vida es de 49,72 años, y la tasa de alfabetización, 28,1%. 

Cuando tuvo lugar la intervención en 2001, se creyó apresuradamente que el peligro talibán había desaparecido. Ha sido muy lejos de ser así. Los talibanes volvieron llenos de ansias de revancha.

La guerra lleva más de 10 años. Empezó muy pronto a crearse una zona no controlada y hoy totalmente consolidada, en el S y SE del país, a ambos lados de la frontera con Pakistán. Sin poder aquí entrar más a fondo en el tema, sí procede dejar constancia de que ello ha sido posible por la actitud ambigua y oblicua de un país tan esquinado como es Pakistán, en cuyo territorio los insurgentes siempre han contado, y siguen contando, con zonas de refugio que constituyen sus bases.

Hoy, la falta de tesón y constancia que ha llegado a ser un rasgo característico de los países occidentales, ha surtido efecto. Recientemente, el presidente norteamericano Obama, cediendo al desinterés creciente de la opinión pública, y aun en contra de la opinión de sus servicios de inteligencia y del Pentágono, ha hecho saber que las fuerzas de la OTAN abandonarán Afganistán antes del fin de 2014. Quedarán sólo instructores militares y, esto se supone, grupos de fuerzas especiales antiterroristas.


No sería justo echar la culpa de esa decisión, discutible, únicamente a los americanos. La actitud de otros países es similar. Las fuerzas canadienses y francesas, por ejemplo, están ya allí con un papel decorativo.

Todo esto ha ocurrido tras un año 2012 de negociaciones, esporádicas y a bajo nivel, con los dirigentes talibanes, que no han conducido a nada.

En diciembre de 2012, las fuerzas de la coalición eran de unos 102.000 hombres, pertenecientes a 50 naciones. Desde 2001 las fuerzas aliadas han tenido más de 3.000 muertos.

¿Cuál es el balance de la guerra? Depende. La operación ha tenido éxito parcial, en el sentido de reducir la fuerza de Al Qaeda, aunque ésta sigue constituyendo una presencia en el país. Pero la cosa es diferente si se mide la seguridad para el afgano medio: las muertes de civiles han experimentado una escalada durante los últimos cinco años. 

Los talibanes están lejos de haber sido derrotados, y su fuerza ha crecido. Muchas de las ganancias territoriales de la OTAN son reversibles, y los militantes islámicos han desarrollado tácticas de comandos suicidas para dar golpes en zonas más septentrionales de lo que se esperaba, incluso en Kabul. También se han dado casos de miembros de las fuerzas afganas que han vuelto sus armas contra las tropas de la coalición (60 muertos al menos por esta causa).

Aunque muchos afganos temen la vuelta de los talibanes, un número creciente está irritado contra las fuerzas extranjeras, y muy especialmente norteamericanas, por el creciente número de civiles muertos, y a veces maltratados, y por una serie de actos estúpidos de soldados estadounidenses que herían la dignidad y el espíritu religioso de los afganos y que han saltado a la publicidad. Cosas de este tipo también sucedieron en Vietnam.

A partir del verano de 2011 se ha comenzado a ceder el control de zonas importantes al ejército y a la policía afganos, aunque sigue viva la preocupación por sus altos niveles de corrupción e incompetencia. El susodicho ejército se compone de unos 185.000 hombres entrenados y otros tantos de la policía, con mucho menor entrenamiento.

Queda además la duda acerca de si estos niveles de tropa se mantendrán cuando se reduzca el apoyo financiero occidental después de 2014, y muchos observadores se preguntan cómo reaccionarían, sin ayuda de la OTAN, ante un ataque masivo talibán, aunque no parece que éstos cuenten con más de 20.000 hombres.

Fuentes en principio autorizadas opinan que, pasada esa fecha, el país seguirá siendo desesperadamente pobre y con una corrupción extensa. Los talibanes seguirán sin ser derrotados, si bien parece poco probable que puedan constituir una amenaza de mayor cuantía para el gobierno, en términos, por ejemplo, de tomar la capital. El Este seguirá siendo tan ingobernable como siempre lo fue, existiendo alguna posibilidad de un acuerdo con los insurgentes en las provincias más occidentales de Helman y Kandahar.


Frente a esta previsión, que se podría llamar optimista, es inevitable que las declaraciones de Obama recuerden a las de Nixon sobre Vietnam del Sur en 1972.



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