AFGANISTÁN Asia Central
Capital: Kabul
Forma de gobierno: República islámica y
presidencialista
Superficie: 652.225 Km2 (40º)
Población: 30.419.928 hab (40º) Densidad: 47 hab/Km2
PIB/cápita: 1.000 $ (218º)
Se trata de un país sin salida al mar, ubicado
en el corazón de Asia y de agitada historia.
El establecimiento de algo que pueda llamarse
un estado (bajo la forma de monarquía unificadora de diferentes tribus) se
produce en 1747. Sin embargo, se suele considerar que el moderno Afganistán
nace en 1826, tras la caída del Imperio Duwani, que, aunque también llevaba el
nombre oficial de Reino de Afganistán, era mucho más extenso.
A lo largo del siglo XIX se convierte en
preocupación constante para los británicos, hipersensibilizados por la
expansión rusa en Asia Central, que ven como una amenaza para su India; pero,
pese a repetidos y sangrientos intentos, no lograrán consolidar ni siquiera un protectorado permanente en
Afganistán, verdadera ‘zona tampón’ entre los dos imperios, ruso y británico.
Es el ‘gran juego’, según la expresión creada o difundida por Kipling. Los
intentos británicos de manipular la región se prolongarán hasta después de la
Primera Guerra Mundial.
Amanulá (1919 – 1929) se sacudió ese tipo de
injerencias aproximándose a la recién creada URSS. Llevó a cabo reformas
sociales, políticas y económicas.
Tras una tanda de asesinatos y
derrocamientos, Zahir Shah estableció el primer Parlamento en 1965, época de fermentación política.
Fue
derrocado por su primo y ex – primer ministro Mohamed Daud Jan, quien proclamó
la República en 1973.
Esta República duró de 1973 a 1978. Daud Jan,
que quedó como patrono de la misma, prometió reformas progresistas, pero en
1977 estableció un partido único que resultó impopular, y se enfrentó con el
PDPA (Partido comunista). Daud acabó ejecutado y los comunistas proclamaron la
que llamaron ‘República Democrática’.
En 1978 se instala, pues, un gobierno
comunista. Sobre las características, gracias y donaires de un sistema de tal
tipo, no es preciso que nos extendamos aquí. Sin embargo, es de justicia
reconocer que, como ocurrió en las repúblicas soviéticas de Asia Central, se
produjo una importante modernización, con creación de numerosas empresas y
mejora de la infraestructura.
La importancia que su protectora, la URSS, dio a Afganistán,
queda demostrada por el hecho de que promovió la participación de diferentes
repúblicas populares de la entonces Europa Oriental soviética.
Pese a todo, el carácter foráneo y la
doctrina atea base del régimen lo hacían intolerable para los buenos
musulmanes, que constituían la inmensa mayoría de la población. Nacieron
guerrillas, de base tribal, que hicieron necesaria la intervención militar
soviética ya a fines de 1979.
Si en un primer momento los rusos llevaron la
mejor parte, poco a poco la persistencia de la guerrilla fundamentalista, cada
vez más apoyada por EE.UU., Pakistán, Arabia Saudí y otros estados musulmanes,
todo ello en el contexto de una ‘guerra fría’, a la que hoy sabemos que ya le
quedaba poco, provocó en 1989 la retirada un tanto humillante del ejército
soviético.
Sin este apoyo tenía poco que hacer el
gobierno de Kabul. En su última etapa practicó una política más moderada, con
abolición del Consejo Revolucionario, e incluso ¡reconoció al Islam como
religión del Estado!
De nada le sirvió. En 1992 los mujahidines,
cuyo gobierno ya había sido reconocido por varios países árabes, entraron en
Kabul y establecieron en todo el país el llamado Estado islámico, regido por la
Sharia.
Tras desarmar a las organizaciones de masas
del régimen anterior y concentrar el armamento en las milicias de los
diferentes ‘señores de la guerra’, se creó una situación caracterizada por las
continuas luchas internas y la fragmentación del país, floreciendo el cultivo y
tráfico del opio y la prostitución.
El caos favoreció a la facción de los
‘talibanes’, que creció en número y, propugnando la cesación de las contiendas
civiles, se hizo con el poder en el 90% del territorio, proclamando el Emirato
islámico en 1996. El régimen expulsado concentró sus fuerzas en la zona más
septentrional, atribuyéndose el nombre de Alianza del Norte, que mantuvo el
reconocimiento de la ONU y de algunos estados.
Los talibanes eran en su origen un grupo de
estudiantes islámicos con centro en la ciudad meridional de Kandahar.
Implantaron un sistema tiránico que tenía como eje una interpretación
extremista, radical y violenta de la Sharia o ley islámica basada en el Corán y
su complemento la Sunna.
El desprecio a los derechos humanos fue
absoluto, con persecuciones, matanzas y mutilaciones públicas (la foto que se
acompaña corresponde a Kabul, 16 – 11 – 1999).
Se implantó la prohibición
absoluta de la televisión, videos y toda clase de música, pero esto es sólo un
aspecto del régimen de vida impuesto, que parece sacado de un relato de terror.
Las mujeres, las más perjudicadas,
prácticamente no tenían derecho alguno y apenas podían salir de casa, ni
siquiera para ganarse la vida. Muchas se suicidaron.
Su desprecio por la ley internacional hizo
que únicamente fuera reconocido por tres países: Pakistán (donde se había
desarrollado el grupo), Arabia Saudí (país natal de Osama bin Laden, líder de
la organización terrorista Al – Qaeda, huésped y estrecha aliada de los
talibanes) y los Emiratos Árabes Unidos.
En agosto de 1998 tuvieron lugar atentados
con bombas a embajadas estadounidenses, a lo cual respondió el Presidente
Clinton con ataques de misiles a campos de entrenamiento de terroristas. En
1999, el Consejo de Seguridad de la ONU estableció un régimen de sanciones.
En septiembre de 2001 se produjeron los
bestiales atentados con aviones en EE.UU. Éstos exigieron la entrega de bin
Laden y el desmantelamiento de su organización. Ante la negativa talibán,
iniciaron el 7 de octubre, apoyados por una coalición internacional, el ataque
que hizo caer el 17 de diciembre las últimas posiciones del estado talibán.
La ocupación dio paso al nacimiento en 2001 de un
nuevo régimen republicano bajo la protección de fuerzas de la OTAN, que, hasta
el momento, permanecen en el territorio. En 2004 se aprobó la Constitución y
fue elegido el presidente Karzai (reelegido en 2009 para un segundo y último
mandato que finalizará en 2014).
Desgraciadamente el problema no acaba aquí y
sigue siendo de actualidad; por eso parece conveniente hacer una pausa para bosquejar
algunos datos geográficos, económicos y demográficos.
Afganistán está compuesto en un 75% por zonas
montañosas, con algunas llanuras en el N y SO. El clima es continental extremo,
con gran amplitud térmica. Las precipitaciones son escasas.
Buena parte del terreno es árido o
semidesértico, exceptuándose unos cuantos valles fértiles muy poblados. La red
fluvial es endorreica.
Pese a la recuperación experimentada en los
últimos diez años, sigue siendo un país extremadamente pobre, aislado del mar y
en gran medida dependiente de la ayuda exterior; sólo en 2010/2011 recibió 15,7
miles de millones de dólares.
Buena parte de la población continúa
sufriendo escasez de alojamientos, agua potable, electricidad, atención médica
y empleo.
La criminalidad, la inseguridad, la debilidad del gobierno, las
deficientes infraestructuras y las dificultades para extender el imperio de la
ley a todo el país, constituyen graves obstáculos para el desarrollo económico, mientras que
los índices de calidad de vida se cuentan entre los más bajos del mundo. A pesar de
la enorme ayuda que recibe, súmense otras dificultades, como las bajas
percepciones fiscales, la debilidad de las estructuras administrativas y la corrupción.
Tiene reservas de petróleo y gas, poco
explotadas hasta ahora. Se han descubierto también reservas de litio, tan
importante para las baterías.
La agricultura es de escasa entidad, con la
excepción que ahora se dirá. Mayor importancia tiene la ganadería,
especialmente ovina, que da lugar a la exportación de pieles. La industria es
asimismo despreciable y a pequeña escala.
Es el mayor productor mundial de opio (unas 119.000
Ha plantadas en 2010). La mayor parte de la heroína consumida en Eurasia
procede del opio de Afganistán, lo que supone un ingreso clave para los
talibanes y otros grupos antigubernamentales, de unos 100 millones de dólares
al año. La situación del país y la extendida corrupción dificultan por supuesto
la lucha antidroga.
El 42% de la población es pashtun, y el 27%,
tadjikos; se trata en ambos casos de indoeuropeos del grupo iranio. Son idiomas
oficiales el dari y el pashtun, el primero de los cuales constituye una especie
de lingua franca. El 80% son sunníes, y el 19%,chiítas.
La población urbana representa un 23%. La
tasa de crecimiento anual alcanza un 2,22%, y ello pese a padecer la más alta
mortalidad infantil del mundo: 121,63 por mil; claro que la tasa de fertilidad
es de 5,64 hijos/mujer, la 9ª del planeta.
La esperanza de vida es de 49,72 años, y la
tasa de alfabetización, 28,1%.
Cuando tuvo lugar la intervención en 2001, se
creyó apresuradamente que el peligro talibán había desaparecido. Ha sido muy
lejos de ser así. Los talibanes volvieron llenos de ansias de revancha.
La guerra lleva más de 10 años. Empezó muy
pronto a crearse una zona no controlada y hoy totalmente consolidada, en el S y
SE del país, a ambos lados de la frontera con Pakistán. Sin poder aquí entrar
más a fondo en el tema, sí procede dejar constancia de que ello ha sido posible
por la actitud ambigua y oblicua de un país tan esquinado como es Pakistán, en
cuyo territorio los insurgentes siempre han contado, y siguen contando, con
zonas de refugio que constituyen sus bases.
Hoy, la falta de tesón y constancia que ha
llegado a ser un rasgo característico de los países occidentales, ha surtido
efecto. Recientemente, el presidente norteamericano Obama, cediendo al
desinterés creciente de la opinión pública, y aun en contra de la opinión de
sus servicios de inteligencia y del Pentágono, ha hecho saber que las fuerzas
de la OTAN abandonarán Afganistán antes del fin de 2014. Quedarán sólo
instructores militares y, esto se supone, grupos de fuerzas especiales
antiterroristas.
No sería justo echar la culpa de esa
decisión, discutible, únicamente a los americanos. La actitud de otros países
es similar. Las fuerzas canadienses y francesas, por ejemplo, están ya allí con
un papel decorativo.
Todo esto ha ocurrido tras un año 2012 de
negociaciones, esporádicas y a bajo nivel, con los dirigentes talibanes, que no
han conducido a nada.
En diciembre de 2012, las fuerzas de la
coalición eran de unos 102.000 hombres, pertenecientes a 50 naciones. Desde
2001 las fuerzas aliadas han tenido más de 3.000 muertos.
¿Cuál es el balance de la guerra? Depende. La
operación ha tenido éxito parcial, en el sentido de reducir la fuerza de Al
Qaeda, aunque ésta sigue constituyendo una presencia en el país. Pero la cosa
es diferente si se mide la seguridad para el afgano medio: las muertes de
civiles han experimentado una escalada durante los últimos cinco años.
Los
talibanes están lejos de haber sido derrotados, y su fuerza ha crecido. Muchas
de las ganancias territoriales de la OTAN son reversibles, y los militantes
islámicos han desarrollado tácticas de comandos suicidas para dar golpes en
zonas más septentrionales de lo que se esperaba, incluso en Kabul. También se
han dado casos de miembros de las fuerzas afganas que han vuelto sus armas
contra las tropas de la coalición (60 muertos al menos por esta causa).
Aunque muchos afganos temen la vuelta de los
talibanes, un número creciente está irritado contra las fuerzas extranjeras, y
muy especialmente norteamericanas, por el creciente número de civiles muertos,
y a veces maltratados, y por una serie de actos estúpidos de soldados estadounidenses
que herían la dignidad y el espíritu religioso de los afganos y que han saltado
a la publicidad. Cosas de este tipo también sucedieron en Vietnam.
A partir del verano de 2011 se ha comenzado a
ceder el control de zonas importantes al ejército y a la policía afganos,
aunque sigue viva la preocupación por sus altos niveles de corrupción e
incompetencia. El susodicho ejército se compone de unos 185.000 hombres
entrenados y otros tantos de la policía, con mucho menor entrenamiento.
Queda además la duda acerca de si estos
niveles de tropa se mantendrán cuando se reduzca el apoyo financiero occidental
después de 2014, y muchos observadores se preguntan cómo reaccionarían, sin
ayuda de la OTAN, ante un ataque masivo talibán, aunque no parece que éstos
cuenten con más de 20.000 hombres.
Fuentes en principio autorizadas opinan que,
pasada esa fecha, el país seguirá siendo desesperadamente pobre y con una
corrupción extensa. Los talibanes seguirán sin ser derrotados, si bien parece
poco probable que puedan constituir una amenaza de mayor cuantía para el
gobierno, en términos, por ejemplo, de tomar la capital. El Este seguirá siendo
tan ingobernable como siempre lo fue, existiendo alguna posibilidad de un
acuerdo con los insurgentes en las provincias más occidentales de Helman y
Kandahar.
Frente a esta previsión, que se podría llamar
optimista, es inevitable que las declaraciones de Obama recuerden a las de
Nixon sobre Vietnam del Sur en 1972.
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