RUANDA – URUNDI
A finales del siglo XIX y comienzos del XX,
los reinos indígenas de Ruanda y Burundi fueron anexionados por Alemania,
quedando incorporados a la llamada África Oriental Alemana.
Durante la Primera Guerra Mundial, el
territorio de que tratamos fue conquistado en 1916 por fuerzas belgas
procedentes del Congo. Al acabar la guerra, el Tratado de Versalles atribuyó la
mayor parte de esa zona sudoriental africana a Gran Bretaña, con el nombre de
Tanganyka.
La parte más occidental de ella, la ocupada por Bélgica, fue
asignada a esta nación, quedando cinco años más bajo régimen de ocupación.
En 1924 la Sociedad de Naciones emitió un
mandato formal que garantizaba a los belgas el pleno control de dicha zona, la
cual recibió el nombre oficial de Ruanda- Urundi.
Los belgas se involucraron en el territorio
mucho más que los alemanes, especialmente en Ruanda. A pesar de las reglas del
Mandato, según las cuales debían prepararlo para la independencia, exportaron a
él la misma política de expoliación que venía siendo practicada en el Congo
desde los tiempos de Leopoldo II.
Partieron del principio de que esos
territorios debían generar beneficios para la nación; por ende, cualquier
desarrollo sólo podría sufragarse con fondos generados en el propio territorio.
Esos fondos provinieron en su mayoría del cultivo extensivo del café en los
ricos suelos volcánicos. La población fue concienzudamente cargada de impuestos
y sujeta a realizar trabajos obligatorios.
Utilizaron una estructura de poder basada en
un sector gobernante tutsi que controlaba a una población en su mayoría hutu,
partiendo del supuesto de que los tutsi eran superiores y por tanto merecían
esa posición.
Mientras que, antes de la colonización, los
hutu habían desempeñado un papel preponderante, los belgas simplificaron la
cuestión estratificando la población según criterios étnicos.
La irritación de
los hutu ante tal situación tendía a dirigirse contra la élite tutsi más que
contra la lejana potencia colonial. Todo esto preparó lo que ocurriría después.
Aunque se había comprometido ante la Sociedad
de Naciones a promover la educación, Bélgica dejó la tarea en manos de misiones
católicas y protestantes, subvencionando a las primeras.
En 1961, poco antes de
la independencia, menos de 100 nativos habían sobrepasado el nivel de la
enseñanza secundaria.
En 1946 el Mandato se transformó en
fideicomiso de la ONU. Los belgas prometieron que prepararían el territorio
para la independencia, pero consideraban que transcurrirían décadas antes de
que estuviera preparado para autogobernarse.
El fin de la situación colonial se produjo en
realidad como reflejo de acontecimientos exteriores; en los años 50 empezaron a
soplar vientos independentistas en el Congo, y los belgas se dieron cuenta de
que no podían seguir controlando esa zona.
Cuando de hecho llegó la
independencia congoleña en 1960, tras dos años de apresurados preparativos
llegó también el fin del fideicomiso, quedando sin embargo el territorio
fragmentado en dos estados independientes. Aparecieron así, en 1962, dos nuevas
naciones: Ruanda y Burundi.
RUANDA
Capital: Kigali
Forma de gobierno: República presidencialista
Fecha de independencia (de Bélgica): 1 de
julio de 1962
Superficie: 26.338 Km2 (148º)
Población: 12.012.589 hab (73º) Densidad: 456 hab/Km2
PIB/cápita: 1.400 $ (203º)
Miembro de: UA, Commonwealth
Ruanda, el país más densamente poblado de
África, es todavía recordado por haber experimentado el peor genocidio ocurrido
en ese continente en los tiempos modernos, habiendo sido luego obstaculizada su
recuperación por sus intervenciones en los conflictos de la vecina República
Democrática del Congo.
Ha estado convulsionada por las tensiones
étnicas provenientes de la relación, tradicionalmente desigual, entre los tutsi
(grupo hamítico), minoría dominante, y la mayoría hutu (grupo bantú).
Todavía en la época colonial, en 1959, los
hutus mayoritarios, apoyados por los colonos belgas, derribaron la monarquía
tradicional tutsi, lo que provocó el exilio a Burundi de unos 200.000 tutsis,
cuyos hijos acabaron formando un grupo rebelde, el Frente Patriótico Ruandés
(RPF), y las guerras civiles continuaron, con masacres periódicas sobre todo de
tutsis.
Culminaron en 1994, cuando en abril, cerca de
Kigali, el avión que llevaba al Presidente Juvenal Hebyamarinana, acompañado por su homólogo de
Burundi, fue derribado. Esto constituyó la señal para que comenzara lo que
parece haber sido un intento coordinado de diversos dirigentes hutus para
eliminar a la población tutsi de una forma brutal, siendo los principales
instrumentos los componentes de las milicias juveniles del partido hutu en el
poder.
El mundo entero pareció ajeno a tal estallido
de barbarie y no intervino para detener el conflicto. Particularmente fétidas
fueron las posturas de Francia, la cual, en el periodo anterior y en nombre de
la ‘francophonie’ había tenido fuerte presencia en el país, apoyando e incluso
adiestrando militarmente a los hutus; las de EE.UU. y Gran Bretaña, que, cuando
por fin llegaron fuerzas de la ONU procuraron obstaculizar todo lo posible su
labor, con la complicidad del gobierno ugandés.
El gobierno del presidente Clinton se limitó
a referirse vagamente a ‘actos de genocidio’ para no tener que adoptar una
postura clara.
Posteriormente se ha intentado convertir en
chivo expiatorio de la asombrosa inhibición internacional al entonces
Secretario General de la ONU, el copto Boutros-Ghali, pero un estudio más
atento indica que fueron los EE.UU. quienes no le permitieron intervenir.
Es
bien significativo que poco después ese mismo país interpusiera su veto en el
Consejo de Seguridad para impedir el acceso de Boutros-Ghali, como era
costumbre, a un segundo mandato.
Como respuesta a la matanza, que continuaba,
el RPF, operando desde el norte y dirigido, como quedó dicho, por los tutsi,
lanzó una ofensiva consiguiendo, en julio, dominar el país y formar un gobierno
de unión nacional controlado por ellos. Para entonces, entre 800.000 y 1 millón
de tutsis y hutus moderados habían sido asesinados, en general con métodos
artesanales, pero no por eso menos efectivos.
Ahora fueron unos 2 millones de hutus quienes
huyeron al Congo (entonces llamado Zaire), incluyendo a diversos responsables
de la masacre. La mayor parte de ellos volverían, pero la minoría más exaltada
se unió a fuerzas congoleñas para seguir matando tutsis locales. Ruanda
respondió invadiendo campos de prisioneros dirigidos por milicianos hutus.
Entre tanto, Laurent Kabila, que se había
hecho con el poder en el Congo (eliminando de paso el anterior nombre de
Zaire), omitió desterrar a los extremistas hutus, dando lugar a que Ruanda
apoyara a su vez a los rebeldes que pretendían derrocarlo a él.
Las fuerzas ruandesas se retiraron del Congo
a fines de 2002 tras firmar un acuerdo de paz con el gobierno de Kinshasa, pero
las tensiones no cesaron por eso. Ruanda y el Congo se han acusado mutuamente
de apoyar a rebeldes contra los respectivos gobiernos, la última vez, hasta
ahora, en 2012.
En Ruanda, las primeras elecciones
presidenciales y parlamentarias, después del genocidio, tuvieron lugar en 2003.
El año 2012 se creó, para juzgar a los
sospechosos principales del genocidio de 1994 (particularmente a los acusados
de haberlo organizado), un Tribunal Penal Internacional de la ONU, que actúa en
el norte de Tanzania. Ya han sido condenados 32 convictos, dos de ellos a
cadena perpetua.
Actualmente el gobierno ruandés trata de
quitarse de encima la imagen asociada con las matanzas de 1994. Las autoridades
de Ruanda sostienen que hoy se trata de un país estable, aunque las difíciles
relaciones con el gobierno del Congo, a las que ya se aludió, y las actividades
de los exiliados radicales hutus arrojan una nube sobre el panorama.
En 2009, Ruanda tuvo una iniciativa que puede
parecer extravagante: pidió y obtuvo el ingreso en la Commonwealth británica,
aunque ahora se le dé otro nombre. Antes,
en 1995, la excolonia portuguesa de Mozambique obtuvo el mismo status,
levantándose protestas entre los países miembros por no haber tenido Mozambique
jamás relación alguna con el Imperio Británico; los grandes capos de la
organización aseguraron que se trataba de un caso excepcional que nunca
volvería a repetirse.
Pero cuando en 2009 fue admitida Ruanda, ninguno de ellos
dijo una palabra. Sí la dijo algún jurista de prestigio, como el profesor
Yashgui Ghai, de Kenya, quien vino a expresar que el ingreso de un país con los
antecedentes de Ruanda no era precisamente un motivo de orgullo para la
organización.
Ruanda se ha esforzado en reestructurar su
economía, acrecentando la producción y exportación de café y té, además de
fomentar el turismo, utilizando como gancho a los gorilas de las montañas.
Cuenta también con reservas minerales, principalmente de oro, pero pendientes
de explotación. El PIB crece un 7/8% anual desde 2003.
Sin embargo, junto a estos aspectos
positivos, están los negativos. La pobreza se halla muy extendida; aunque el
90% de la población trabaja en la agricultura (generalmente de subsistencia),
sigue necesitando importar alimentos y, en general, precisa de la ayuda
internacional.
En la actualidad, la población hutu supone el
84%; la tutsi, el 15%; añadamos un 1% de pigmeos twa. La población urbana es el
19%. Son lenguas oficiales la versión local del bantú, el francés y el inglés;
el swahili se utiliza con fines comerciales.
Profesan la fe católica el 56,5%; la protestante,
el 26%. Los adventistas constituyen el 11% y los musulmanes el 4,6%.
La mortalidad infantil es muy alta para
nuestros días: 61/mil, pero la tasa de fertilidad llega a 4,71 hijos/mujer, lo
que explica que la tasa de crecimiento esté en el 2,7%. Está afectado por el
SIDA un 2,9% de la población, y la esperanza de vida es 58,85 años, una de las
más bajas del mundo. La situación sanitaria es muy deficiente; la tasa de
alfabetización, el 71%.
BURUNDI
Capital: Bujumbura
Forma de gobierno: República presidencialista
Independencia (de Bélgica): 1 de julio de
1962
Superficie: 27.830 Km2 (145º)
Población: 10.888.321 (78%) Densidad: 391
hab/Km2
PIB/cápita: 600$ (226º)
Miembro de: UA
Es una pequeña nación ubicada en África
Oriental, en la región de los grandes lagos, sin litoral marítimo, pero con
salida al lago Tanganica.
Fue gobernado como un reino por el pueblo
tutsi durante más de doscientos años; de hecho, es uno de los pocos países
africanos, junto con la vecina Ruanda, que constituyen la continuación directa
de un estado antiguo.
Ya sabemos que a fines del siglo XIX formó
parte, como Ruanda, del África Oriental Alemana, que dio lugar, tras la guerra,
al mandato (después fideicomiso) belga de Ruanda- Urundi. En 1962, Bélgica
concedió la independencia con el nombre
de Burundi, en ese momento Reino.
Hasta fechas recientes, la historia del país
ha consistido en una serie de violencias, golpes de estado, contragolpes y
matanzas, a menudo planificadas, que podría reducirse a un esquema general:
mientras en la vecina Ruanda los hutus masacraban a los tutsi, éstos, en
Burundi, nada entusiasmados ante la idea de correr la misma suerte, preferían
tomar la delantera y masacrar a los hutus.
En el momento de la independencia, el rey
Mwambutsa IV estableció una monarquía constitucional que comprendía a hutus y
tutsi por igual. Duró poco. En 1965 comenzaron los desórdenes, según el esquema
general mencionado.
El año 1966, el rey fue depuesto por su hijo,
Ntare V, que fue a su vez depuesto por su propio primer ministro, el capitán
Michel Micombero, en ese mismo año. Se proclamó la República y se continuó con
la rutina de costumbre a lo largo de los años sesenta y primeros setenta.
En 1972, las matanzas subieron de nivel. El
ejército, dominado por los tutsi, y las milicias paramilitares afines,
procedieron a un genocidio sistemático, incluso elaborando listas previas de
hombres, mujeres y niños en edad escolar, sospechosos, bien de rebeldía, bien
de poder llegar a ella.
Se afirma que en unos tres meses perdieron la vida
alrededor de 200.000 hutus, mientras que el número de solicitudes de asilo ascendió a más de 150.000 (el 15% de la
población total en aquel momento).
Tras un paréntesis de calma relativa entre
1976 y 1987, volvió a recrudecerse en 1988 el enfrentamiento entre la minoría
tutsi, en el poder, y la mayoría hutu. Se produjeron nuevas matanzas y nuevas
oleadas de exiliados, y lo mismo pasó en
1994.
Sólo a partir de 2001, y mediando una fuerte
presión internacional, las cosas comenzaron a encauzarse, formándose un
gobierno con poder compartido; en 2003, el Vicepresidente hutu se convirtió en
Presidente, conforme a lo que se había pactado; finalmente, las elecciones de
2005 fueron ganadas por un hutu, etnia a la que pertenece el Presidente actual,
con un vicepresidente tutsi. Téngase en cuenta que el presidente es también
jefe del gobierno.
El sistema se mantiene, aunque el talante autoritario del
gobierno salido de las últimas elecciones de 2010 arroja una nube sobre el
porvenir del proceso de reconciliación, aún no concluido ni seguro.
El país se encuentra sobre una meseta con
altura promedio de 1.700 m. A causa de ello, aunque el clima es subecuatorial,
el paisaje autóctono predominante era la sabana arbolada. Por si hubiera pocos problemas, la meseta en
cuestión se halla sobre uno de los brazos de la grieta tectónica del Rift
Valley.
En cualquier caso, la superpoblación, con
numerosos asentamientos rurales, ha dado lugar a graves problemas de
deforestación y erosión. Quedan solamente 600 Km2 de bosques, con pérdidas
anuales continuas; para conservar la vida silvestre, ha habido que crear dos
Parques Nacionales.
Burundi es uno de los países más pobres del
mundo, sin salida al mar, sin recursos económicos destacados y con un sector
manufacturero poco desarrollado.
Más del 90% de la población depende de la
agricultura de subsistencia, y la nación depende de ayudas externas. Aun con
eso, la posibilidad de pagar las importaciones depende de las exportaciones de
café y té, que representan más del 90% del valor exportado. Esto también supone
un factor de diferenciación étnica, pues tradicionalmente el comercio del café
está dominado por los tutsi.
Tras el fin de la prolongada guerra civil, la
estabilidad ha conducido a un aumento de la actividad económica, pero las
reformas planeadas se ven obstaculizadas por la pobreza, el bajo nivel
educativo (sólo uno de cada tres niños acude a la escuela), el débil sistema
legal, la altísima corrupción y la ineficiencia de la Administración, todo lo
cual dificulta la atracción de inversiones extranjeras que apoyen la
recuperación. Las prospecciones revelan la existencia de yacimientos minerales
(cobalto, cobre, níquel, etc.), pero se hallan sin explotar.
Étnicamente, los hutus constituyen el 85% de
la población; los tutsi, el 14%. Los cristianos son un 82,8% (católicos 61,4%,
protestantes 21,4%; un 2,5%, musulmanes; el resto, animistas u otras
confesiones cristianas. Son idiomas oficiales el kirundi y el francés.
Sólo el 11% de la población vive en áreas
urbanas. La densidad es la 2ª del África subsahariana (después de Ruanda).
La población entre 0 y 14 años constituye el
45,6%, y la media de edad es de 16,9 años. Con una tasa de fertilidad de 6
hijos por mujer, el crecimiento es de 3%.
El abastecimiento de alimentos es deficiente
(según una agencia de la ONU, el 35,2% de los niños menores de 5 años padece de
desnutrición crónica), la asistencia médica deja mucho que desear (esperanza de
vida, 59,7 años; el número de enfermos de SIDA es el 3,3%, con 15.000 muertos
al año).
Sólo un 72% de la población tiene acceso a
agua potable con garantías. Otros índices se mantienen por debajo de la media
de la zona: el 68% de la población está bajo la línea de pobreza; la tasa de
alfabetización es 67,2%.
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