CHECOSLOVAQUIA Europa Central
A lo largo del siglo XX, varias generaciones
de escolares (más tarde adultos) aprendieron que Checoslovaquia era un país de
Europa Central, y dieron por supuesto que era un país ‘establecido’, refrendado
por la historia, como podían ser Francia o España. De ahí la sorpresa general
cuando, en 1993, los eslovacos decidieron separarse y los checos se lo tomaron
con bastante tranquilidad y mucha filosofía.
Sin embargo, cuando se estudia con más
detalle la historia de esa zona europea, la sorpresa desaparece. En realidad,
Checoslovaquia, igual que Yugoslavia, fue un producto de los Tratados que
pusieron fin, con notable desacierto, a la Primera Guerra Mundial, y de la
política, temerariamente unilateral y arbitraria, que inspiró los susodichos
Tratados.
El designio del tándem Poincaré-Daladier
(respaldados naturalmente por el británico Lloyd George; no por el presidente
Wilson, que se volvió a casa) era, pensando sobre todo en Hungría, establecer
un sistema de cerrojos que imposibilitaran estratégicamente cualquier veleidad
de cambio del status quo impuesto a los vencidos.
El sistema sería la llamada
‘Pequeña Entente’, y los cerrojos componentes de la misma, Rumania y dos nuevas
naciones, ambas llamadas a acabar mal: Yugoslavia y Checoslovaquia. De ellas,
la de mayor potencialidad estratégica y militar sería Checoslovaquia, país que
duró de 1918 a 1993 con una importante interrupción entre 1939 y 1945. La
Pequeña Entente fue formal y explícitamente constituida en 1921, pero obedecía
a la política ya prediseñada.
La similitud del lenguaje que se habla en
ambos pedazos (igual que la existente entre el serbio y el croata, o el ruso y
el ucraniano) puede llamar a engaño, pero de hecho tuvieron históricamente poco
en común.
Bohemia (que tal era el nombre de la que hoy
designamos como Chequia) fue una región plenamente centroeuropea, con fuerte
presencia étnica y cultural germánica, con predominio de la vida urbana,
plenamente representada por Praga, en su momento la tercera ciudad del Imperio
y fuertemente vinculada con Viena. Nunca Eslovaquia dependió de ella.
Eslovaquia, con rasgos ya de Europa Oriental,
más campesina y tradicional, con quien estuvo históricamente vinculada fue con
Hungría. Es significativo que, tras la oleada turca del siglo XVI, lo que quedó
del reino húngaro tuvo su capital en Bratislava (entonces denominada
Pressburgo), y no se trasladó a Budapest más que en 1848.
No es de extrañar que, cuando se reestructuró
en 1867 el Imperio como Monarquía Dual, Bohemia perteneciera a la parte
austriaca y fuera gobernada por Viena, mientras que Eslovaquia lo era por Hungría, que además llevó a cabo
en aquellos años una fuerte política de magiarización.
De forma que, cuando en 1918 la política
internacional metió en el mismo saco a bohemios y eslovacos, éstos no se
sintieron demasiado felices y no tardaron en demostrarlo, aunque con menos
turbulencia que los croatas respecto a los serbios.
El exordio ha sido largo, pero parecía
necesario. En la siguiente entrada daremos más detalles, pero ahora es tiempo
ya de volver a nuestra recordada, pero ya difunta, Checoslovaquia.
El mapa que incluimos se refiere a 1928. Por
ello, las fronteras de los estados vecinos son las de aquel momento, no las
actuales. En el extremo oriental se diferencia por el color Rutenia,
incorporada por Hungría durante la Segunda Guerra Mundial y anexionada por la
URSS en 1945; hoy pertenece a la República de Ucrania.
Los movimientos nacionalistas se empezaron a
estructurar en 1848, principalmente en Bohemia (desde ahora diremos
Bohemia-Moravia para mayor precisión), y adquirieron mayor desarrollo,
fomentados por los servicios secretos enemigos, durante la Guerra Europea. Ya
en este momento sus dos principales figuras fueron Tomás Masaryk y Edvard
Benes.
El reconocimiento internacional del nuevo
estado quedó sancionado por los Tratados de Versalles, Saint-Germain y Trianon.
La Constitución de febrero de 1920 dio origen a una república unitaria (lo que
parecía poco prudente), regida por un gobierno parlamentario y un Parlamento
bicameral. La élite política estableció un estado centralizado, no permitiendo
en principio autonomía para las etnias minoritarias.
En 1921 la etnografía era la siguiente:
Checoslovacos 64,37%; austriacos 22,95%; húngaros 5,47%; rutenos 3,39%; judíos
1,33%; polacos 0,56%.
Masaryk fue el primer presidente hasta 1935,
cuando fue sustituido por Benes, que ya había ocupado dos ministerios con
anterioridad. La personalidad de Benes marcaría una fuerte impronta, no siempre
afortunada como veremos, en la vida del estado checoslovaco; siempre se
caracterizó por su animosidad contra los Habsburgo, diciendo en una ocasión
‘prefiero a Hitler que a los Habsburgo’. Su papel político estaba llamado a
continuar durante y después de la Segunda Guerra Mundial.
El nuevo estado se enfrentó al problema de
mantener unidos pueblos de tradición cultural y desarrollo económico
diferentes. Aparte de los eslovacos, a los que ya hicimos alusión, los estados
sucesores del Imperio austrohúngaro exigían una revisión de los tratados de
paz, los germanos (o austriacos) ya habían pretendido, naturalmente sin éxito,
unirse a Alemania en 1919 (ver entrada ‘Austria 2’), y los polacos
reivindicaban el territorio de Teschen.
La política exterior se basó en la fidelidad
al espíritu y letra de los tratados de paz y a la Sociedad de Naciones, hija de
ellos, en la amistad con Francia y en las relaciones de buena vecindad con la
URSS.
La vida interna se caracterizó por la
inestabilidad de los ministerios, debida al fraccionamiento de los partidos,
muchos de los cuales representaban los intereses de minorías étnicas, y por problemas
económicos: un país bastante industrializado como Checoslovaquia debía hallar
mercados para sus productos y fuentes de abastecimiento de materias primas.
La situación cambió con el establecimiento
del nacionalsocialismo en Alemania. Checoslovaquia se vio forzada a estrechar sus relaciones con
la URSS, con quien firmó un tratado de ayuda mutua en 1935.
Desde comienzo de
1936 el Reich reivindicó la zona de los Sudetes, de amplia mayoría germanófona,
donde Konrad Heinlein, jefe del partido de los Sudetes alemanes dirigía una
campaña de agitación con gran éxito, al considerarse los mismos postergados con
relación a los demás ciudadanos de cultura no germánica. Entre tanto, en
Eslovaquia se reforzaban las tendencias autonomistas.
El Congreso de alemanes de los Sudetes,
reunido en Karlsbad (la actual Karlovy Vary) en abril de 1938, exigió tal
autonomía que el gobierno checo se negó a negociar. Pero la presión
francoinglesa, motivada por el temor a una guerra que parecía inminente, le
llevó a someterse a la decisión de una conferencia de alto nivel que se celebró
en Munich, en la cual el inglés Chamberlain y el francés Daladier se plegaron a
la exigencia de Hitler, respaldado por Mussolini, de anexionarse los Sudetes (30 de septiembre de
1938).
La pérdida de esa industrializada región
supuso el 38% de la superficie de
Bohemia y Moravia, con unos 3,2 millones de germanos y 750.000 checos,
quedándose además sin su costoso sistema de fortificación de fronteras. En
octubre, Eslovaquia se proclamó Estado Autónomo dentro de la república
checoslovaca, con acuerdo de todos los partidos eslovacos.
Benes dimitió el 6 de octubre y se exilió;
más tarde formaría un gobierno checoslovaco en el exilio londinense. Tras una
presidencia provisional del general Syrovy, el 30 de noviembre fue elegido
Presidente el conservador Hacha. El Partido comunista fue disuelto, aunque se
permitió a sus miembros seguir en el parlamento. Se introdujo una dura censura
y la posibilidad de gobernar por decreto.
Hitler no cumplió su compromiso de
conformarse con los Sudetes, y el alivio del ‘espíritu de Munich’ se desvaneció
rápidamente como el humo. El rearme británico se aceleró, mientras aumentaba la
popularidad de políticos tradicionalmente belicistas como Churchill y se iba
hundiendo la de Chamberlain.
El 14 de marzo de 1939, la Dieta eslovaca
decidió el nacimiento de un nuevo Estado. En la madrugada del 15, el presidente
Hacha fue convocado sin miramientos a la recién inaugurada Cancillería de
Berlín. Allí, Hitler y Goering, en una larga y tormentosa sesión, le amenazaron
con bombardear Praga a menos que el ejército checoslovaco depusiera las armas.
Hacha acabó cediendo, y en la madrugada de
ese mismo día las tropas alemanas entraron sin resistencia en Bohemia y
Moravia. El 15 de marzo de 1939, desde el Castillo de Praga, Hitler proclamó la
creación del Protectorado de Bohemia y Moravia, del que nos ocuparemos en la
siguiente entrada.
La disolución de Checoslovaquia se
completaría con la cesión a Hungría de 11.882 Km2 en el sur de Eslovaquia, y
además Rutenia. Polonia adquirió el territorio de Teschin, que venía reclamando
(906 Km2). Lo que restaba de Eslovenia quedó como un estado satélite del Reich.
El 9 de mayo de 1945 las tropas soviéticas
entraron en Praga, presentándose como liberadoras. Los norteamericanos se
habían detenido amablemente, siguiendo la increíble política del general en
jefe, Eisenhower, ya comentada en otras entradas.
Fueron restituidas las antiguas fronteras de
Checoslovaquia, con la excepción de Rutenia, anexionada ahora por la URSS.
Benes, jefe del gobierno en el exilio, se
trasladó a Praga como presidente provisional. Sería elegido Presidente
definitivo (es un decir) en 1946. Su actuación más recordada en esta fase
fueron los Decretos, inspirados por un espíritu revanchista, por los que fueron
expulsados del país cerca de 2,9 millones de personas de origen alemán o
húngaro. También se privó de la nacionalidad a quienes, durante el periodo de
ocupación y cualquiera que fuera su origen, hubieran optado por la nacionalidad
alemana o por la húngara.
Tales Decretos han sido objeto de discusión desde
entonces, dentro y fuera del país, y todavía hoy son semillero de problemas en
el campo jurídico-privado. Pero más aún más se le recuerda por su política
ambigua que hizo posible lo que sucedería pronto, en 1948.
Se creó por supuesto el Partido Comunista
(KSC). La presencia soviética y la decepción por los Acuerdos de Munich dieron
lugar a que, en las elecciones parlamentarias de 1946, el KSC fuera el partido
más votado (38%), sobre todo en el territorio checo, pues en Eslovaquia ganó el
Partido Demócrata.
El KSC adquirió un poder desproporcionado que
incluyó el control del ejército y la policía. En 1946, con Benes como
Presidente, asumió la Jefatura del Gobierno el comunista Klement Gottwald.
En 1947 Checoslovaquia aceptó el Plan
Marshall, pero fue obligada por la URSS a renunciar a él, lo que provocó gran
descontento entre la población, que hacía augurar un descalabro comunista en
las elecciones de 1948.
La crisis comenzó el 21 de febrero de ese año
cuando el ministro del Interior designó a 8 nuevos comisarios en Praga, todos
comunistas, poniendo de manifiesto el control ya citado de las fuerzas de
seguridad. El hecho provocó protestas, seguidas de la dimisión de los ministros
demócratas (menos uno como veremos), los cuales pensaron ingenuamente que ello
llevaría a elecciones anticipadas.
Sin embargo, los ministros dimitidos fueron
sin más sustituidos por otros comunistas; se declaró el 24 de febrero una
huelga general, con la consabida creación de ‘Comités de Acción’ apoyados por
‘Milicias Obreras’, que evitaron cualquier resistencia. Después de la
consiguiente depuración, el Parlamento aprobó el nuevo Gobierno. Todo ello en
medio de la indecisión del Presidente Benes, que, aquejado de una embolia
cerebral, dimitió el 7 de junio, muriendo algunos meses después.
El mismo año 1948 se celebraron las
elecciones, pero con lista única, dando todo el poder al Partido Comunista, que
previamente se había fusionado con el Socialdemócrata.
Dijimos que un ministro no comunista no había
dimitido cuando comenzó el golpe, y continuó como miembro del nuevo gobierno.
Era Jan Masáryk, hijo del ‘Padre de la Patria’ y titular de Exteriores (lo
había ya sido en el gobierno del exilio londinense).
Pues bien, el 10 de marzo
de 1948 fue encontrado muerto y en pijama, bajo la alta ventana del cuarto de
baño contiguo a su dormitorio en el Ministerio. La explicación oficial de que
se trataba de un suicidio fue recibida con amplio escepticismo, teniendo en
cuenta, además, que llevaba días manifestando dudas sobre lo acertado de su propia
actuación.
Ya en 1990 se reabrieron las investigaciones.
Hoy, después del Informe de la policía en 2004, que incluía a su vez un informe
forense, no caben dudas razonables de que nos hallamos ante la ‘Tercera
Defenestración de Praga’.
Hablando de defenestraciones, ya que viene al
caso, la Primera tuvo lugar en el XV durante las guerras husitas; la Segunda,
la más conocida, que inició en 1618 la Guerra de los Treinta Años, fue
incruenta, pues los representantes imperiales aterrizaron incólumes sobre un
inmenso montón de basura que se hallaba en los fosos del Castillo. La Tercera
la acabamos de examinar.
Tres veces constituyen casi costumbre. Por
ello, quizá cabría aconsejar a los visitantes de esa maravillosa ciudad, una de
las más bellas de Europa, que, si son timoratos o suspicaces, se mantengan a
cierta distancia de las ventanas.
El Golpe de 1948 tuvo gran repercusión en
Occidente. Téngase en cuenta que, en ninguna de las charlas que durante la
guerra tuvo Stalin con sus colegas inglés y americano, se dejó entrever que
Checoslovaquia, considerada como país moderno, industrializado y ‘occidental’,
acabaría así.
No vamos a detenernos sobre las gracias y
donaires de un régimen como el que se impuso a Checoslovaquia, y más en plena
época estalinista. Son de sobra conocidas para el que quiere conocer. El país,
por su trayectoria anterior, pudo mantener un nivel económico superior al de
varios de sus vecinos, pero en ninguna manera el que le hubiera correspondido.
El político más característico del periodo
fue Antonin Novotny, Secretario del Partido desde 1953 y Presidente a partir de
1957. En su momento, y después de las denuncias de Kruschev, hubo de montarse
al carro de la desestalinización, pero no debió de hacerlo de muy buena gana:
es significativo que la rehabilitación de las víctimas de la era estalinista no
se produjo sino en una fecha tan tardía como 1967.
Novotny, ante las crecientes muestras de
descontento, intentó aplicar reformas económicas, pero fue perdiendo apoyo. El
Secretario General del Partido Comunista de Eslovaquia, Alexander Dubcek,
invitó a Brezhnev a Praga en diciembre de 1967. Brezhnev se sorprendió por la
extensión de la oposición a Novotny,y apoyó su cese. Fue reemplazado como
Secretario General por Dubcek en enero
de 1968.
Dubcek hacía referencia en sus planes a lo
que él llamaba ‘socialismo con rostro humano’. No representaba un intento de
destrucción del régimen, como el que tuvo lugar en Hungría en 1956, pero no por
eso dejó de ser visto por los líderes soviéticos como una amenaza a su
hegemonía sobre Europa Oriental.
En esa línea, la política de la URSS de
reforzar a los gobiernos leales de sus países satélites, llegando incluso a la
intervención militar, fue conocida como ‘Doctrina Brezhnev’, al ser éste el
primero que la reconoció públicamente. Y fue la ‘doctrina Brezhnev’ la que
acabó al final con la que se designó como ‘Primavera de Praga’.
En abril de 1968, Dubcek lanza un ‘programa
de acción’ de liberalizaciones, que incluía el aumento de la libertad de
prensa, de expresión y de circulación, con énfasis en la producción de bienes
de consumo y alusión a la posibilidad de un gobierno multipartidista.
Se limitaría el poder de la policía secreta y
se avanzaría hacia la federalización del país en dos partes (Chequia y
Eslovaquia). En política exterior, se aludía
al mantenimiento de buenas relaciones con Occidente; también,
naturalmente, a la cooperación con la URSS y otros estados comunistas. Se
preveía una transición de 10 años a través de elecciones libres, llegándose así
a una nueva forma de socialismo democrático.
La presión popular obligó a los dirigentes a
comenzar a aplicar las reformas de inmediato.
Las fuerzas inmovilistas, por su
parte, no permanecieron desde luego ni quietas ni calladas; pero las reformas
garantizaban libertad de prensa, y se permitieron por primera vez comentarios
políticos críticos en los medios de comunicación.
El 23 de marzo, en una reunión celebrada en
Dresde, los líderes de la URSS, Hungría, Polonia, Bulgaria y la RDA pidieron
explicaciones a Dubcek con cierta preocupación. El rumano Ceausescu, contrario
a la política exterior de Moscú, permaneció en todo momento al margen del
proceso.
Hubo negociaciones y conversaciones
bilaterales en junio, pero en agosto la ‘declaración de Bratislava’ afirmaba la
fidelidad inquebrantable al marxismo-leninismo, y se declaraba una guerra implacable
contra la ideología ‘burguesa’ y contra las fuerzas ‘antisocialistas’.
El periodo de liberalización política de
Checoslovaquia llegó a su fin el 20 de agosto de 1968, cuando un ejército de
cientos de miles de soldados (se ignora cuántos cientos) y 2.300 tanques del
Pacto de Varsovia invadieron y ocuparon el país. Las fuerzas checoslovacas
quedaron confinadas y vigiladas en los cuarteles.
El ataque produjo 72 checoslovacos muertos y
266 heridos graves. Dubcek hizo una llamada a no resistir con las armas, hubo
empero un descontento general claramente expresado y una resistencia civil
difusa: entorpecimiento de comunicaciones, borrado de señales de tráfico
(excepto las que indicaban: ‘A Moscú’), etc.
Tanto Ceausescu como la inmensa mayoría de
partidos comunistas occidentales (con la excepción, como era de esperar, del
portugués Álvaro Cunhal) condenaron la invasión. El Consejo de Seguridad de la
ONU no pudo emitir una resolución condenatoria por el veto soviético.
Las cosas no estaban ya para represiones al
modo húngaro. Dubcek, que en un primer momento fue trasladado a Moscú, sería
sustituido en la Secretaría General en abril de 1969 por Gustav Husák, que
inició un periodo de ‘normalización’. Dubcek fue expulsado del partido y se le
dio un trabajo como oficial forestal.
Husák dio marcha atrás a las reformas, purgó
a los miembros aperturistas del partido y destituyó de la función pública a las
élites profesionales e intelectuales que manifestaron su desacuerdo.
Restableció el poder de las autoridades policiales y fortaleció los vínculos
con otros países comunistas.
Trató de volver a centralizar la economía,
anulando la cuota de libertad concedida a las industrias durante la ‘Primavera
de Praga’. Se implantó una fuerte censura, prohibiéndose toda declaración
política no proveniente de persona ‘de plena confianza’.
El único cambio que sobrevivió fue la
federalización del país, que originó en 1961 la diferenciación entre las
repúblicas checa y eslovaca, ambas denominadas socialistas. Sin embargo, el
control centralizado del partido Comunista frenaría abiertamente los efectos de
la estructura federal.
En 1987 Gorbachov reconocería que su política
de glasnost y perestroika tenía una gran
deuda con el ‘socialismo de rostro humano’ de Dubcek. Éste, cuando en 1989 cayó
el comunismo en Checoslovaquia, fue elegido Presidente de la Asamblea Federal,
cargo que ocupó hasta junio de 1992. Pocos meses después moriría en accidente
de circulación.
En cualquier caso, la década de 1970 vio
surgir la disidencia anticomunista. El movimiento buscaba una mayor
participación política y de expresión, pese a la desaprobación oficial, que se
hacía sentir por la limitación de actividades de trabajo, negativa de enseñanza
superior para los disidentes, acoso policial y prisión en algunos casos.
En 1977 se redactó la ‘Carta 77’, con el
escritor Václav Havel como uno de los principales artífices. Era una
declaración que exigía al Gobierno la adhesión efectiva a los compromisos sobre
derechos humanos recogida en el Acta final de la Conferencia de Helsinki,
ratificada por el estado checoslovaco. Algunos participantes en la redacción,
incluyendo Havel, fueron arrestados.
En 1987 se dirigió una petición al Gobierno,
con más de 400.000 firmas, que demandaba el funcionamiento libre de la Iglesia
católica, sin injerencias del Estado. En diciembre del mismo año, miles de
personas se manifestaron en el Día Internacional de los Derechos Humanos, y un
año después volvieron a hacerlo en el aniversario de la intervención soviética.
Las manifestaciones continuaron regularmente
hasta que el 17 de noviembre la violencia policial despertó la indignación de
muchos, dando lugar a la creación del Foro Cívico, organización en la que se
unían virtualmente todos los grupos de oposición.
El equivalente en Eslovaquia
fue el llamado Movimiento contra la Violencia. Se evitó deliberadamente en ambos casos el uso
del término ‘Partido’, dado el descrédito del mismo.
Así comenzó la que se llamaría ‘Revolución de
Terciopelo’. El 23 de noviembre hubo en Praga una manifestación de 300.000
personas que provocó dimisiones en el Partido; dos días después se produjo una
huelga general que paralizó el país.
A fines de mes, el Parlamento invitó a otros
partidos a unirse a participar en el Gobierno, pero lo que se intentó crear fue
un Gabinete con 16 comunistas y sólo 5 no comunistas. El resultado fue una
nueva marcha de 150.000 personas.
El 18 de diciembre de 1989 se eligió a Dubcek
como Presidente del Parlamento Federal, y a Havel como Presidente del Estado;
éste hizo un juramento en el que se excluía toda referencia al socialismo. En
junio de 1990 tuvieron lugar las primeras elecciones multipartidistas desde
1946, que posibilitaron la formación de un nuevo Gobierno.
La caída del comunismo no significó inmediata
y automáticamente el final de la unión del país. El elegido Presidente Havel
declaró considerar procedente el cambio en el nombre del país de ‘Federal’, en
lugar de ‘Socialista’. Se plantearon interminables y bizantinas discusiones
sobre la denominación oficial adecuada, pues ninguna acababa de placer a los
eslovacos.
Abreviando, la cuestión no encontró acomodo
en el nuevo marco de la ‘República Federal Checa y Eslovaca’. Las
reivindicaciones autonomistas fueron dejando paso, a lo largo de 1991 y 1992, a
las propuestas independentistas, aunque el proceso se llevó a cabo, si bien por
caminos difíciles, a través de negociaciones.
En la primavera de 1991 se escindió en
Eslovaquia un grupo más radical, que fundó el ‘Movimiento para una Eslovaquia
democrática’. Esta fuerza accedió al gobierno eslovaco en las elecciones de
1992 e inició negociaciones con el Gobierno Federal para la partición, aprobada
por el parlamento el25 de noviembre de 1992.
La Resolución entró en vigor el 1 de enero de
1993, formándose dos países totalmente independientes: la República Checa y la
República Eslovaca. Así acabó un estado, Checoslovaquia, que, como vimos al
comienzo de esta entrada, había nacido en 1918 con menos perspectivas de futuro
de las que podía parecer en aquel momento.
Desde el punto de vista filatélico, es de justicia señalar la calidad de los sellos checoslovacos sobre todo desde la década de1960, por la finura de su grabado y, en muchos casos, por la originalidad del diseño.
Por lo demás, no ha habido probablemente otro país que, en proporción, haya atendido tanto en sus emisiones a los temas deportivos y olímpicos.
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