YUGOSLAVIA Europa del Sudeste
Con el nombre de ‘Yugoslavia’ se designa a
una entidad política, hoy ya no existente, pero importante en su día, que
estuvo ubicada, aunque con regímenes y extensión variables, en el NO de la
Península Balcánica, con costas al Mar Adriático, durante varios periodos del
siglo XX.
En el nacimiento de Yugoslavia tras la
Primera Guerra Mundial, confluyen dos factores.
Uno, el originario, es el paneslavismo
nacionalista del que se constituye en bandera Serbia, ya desde fines del siglo
XIX, con el proyecto, mantenido hasta el fanatismo, de construir una ‘Gran
Serbia’, que no otra cosa será en el fondo (y no tan en el fondo) Yugoslavia,
de la que Serbia fue siempre la columna vertebral. Recuérdese que ese fanatismo
y ese proyecto habrían sido en su momento el detonante de la Primera Guerra
Mundial, que acabó con toda una época (ver entrada ‘Austria 1’).
Otro, el
coadyuvante, fueron los intereses y manejos de Francia (representada por
Poincaré y Clemenceau) y de Gran Bretaña (léase Lloyd George) para crear un potente
estado ‘yugoslavo’ en la zona, que sería , con Rumania y Checoslovaquia, uno de
los miembros de la llamada ‘Pequeña Entente’, la cual defendería tales
intereses en la Europa Oriental. Todo esto en el momento de preparar los
Tratados que se impondrían a los vencidos (en honor del Presidente americano
Wilson, hombre de buena fe, hay que decir que se marchó asqueado a su tierra
sin querer comprometerse con tales Tratados). Para conseguir tal fin, no
importó sacrificar a los innumerables eslovenos, croatas y bosnios que no
tenían ninguna gana de acabar bajo la bota serbia. Y así empezó lo que acabaría
como todos hoy sabemos.
Como ilustración de lo antedicho, incluiremos dos
anécdotas. Italia debería de haber entrado en la guerra en el otro bando del
que lo hizo, pues era miembro (aunque poco seguro) de la Triple Alianza. Por el
Tratado secreto de Londres de 1915, franceses y británicos consiguieron que
entrara al lado de ellos, prometiéndole la costa dálmata, veneciana en tiempos
históricos y ahora austrohúngara. Pues bien, imagínese la desesperación
italiana cuando, al preparar los Tratados, se anunció a la aliada Italia que
Dalmacia iba para el nuevo reino mimado. En una reunión de alto nivel, el jefe
del gobierno de Italia, Orlando, entremezcló sus protestas con llantos, en una
escena operística, mientras Clemenceau, que sufría de la próstata, comentaba
con su aire de vieja foca a su secretario: ‘¡si yo pudiera orinar con la misma
facilidad con que éste llora!’ (en realidad,
no dijo exactamente ‘orinar’).
Algunos años más tarde, cuando ya se había
liquidado la desastrosa intervención griega en Anatolia, inducida por Lloyd
George, el rey Alejandro de Yugoslavia, durante un viaje oficial a Turquía y en
un ambiente distendido, le confesó a Atatürk cómo el británico le había
insistido para que ellos, los yugoslavos, repitieran la operación. Kemal
Atatürk respondió sin inmutarse: ‘Es igual; les hubiéramos derrotado a ustedes
igual que a los griegos’.
Después de tan largo exordio, examinemos los
hechos con un criterio más cronológico.
Hasta 1929, el nuevo estado adoptó el
nombre de ‘Reino de los serbios, croatas y eslovenos’. Se había establecido el
1 de diciembre de 1918, previa anexión de los territorios austrohúngaros del
norte y costa dálmata; concretamente, de Croacia, Voivodina y Eslovenia de la
parte húngara del Imperio; Carniola, parte de Estiria y casi toda Dalmacia del
lado austriaco, además de la provincia imperial de Bosnia-Herzegovina.
Se llevó a cabo un plebiscito en la provincia
de Carintia (10 de octubre de 1920), en el que la población, por amplia
mayoría, optó por integrarse en la nueva república austriaca, a la que sigue
perteneciendo. Con ocasión de tal plebiscito, se emitieron dos series de
sellos; una austriaca y otra yugoslava.
Emisión austriaca |
Emisión yugoslava |
La ciudad portuaria dálmata de Zadar (Zara)
la adquirió Italia; la ciudad de Fiume (Rijeka) fue declarada ciudad-estado
libre, pero fue ocupada, y luego anexionada en 1924, por Italia.
No se olvide que, antes de todas esas
anexiones, Serbia se había incorporado el reino de Montenegro el 13 de
noviembre de 1918, aprovechando la ausencia del rey; y que, antes aún, con
ocasión de las guerras balcánicas de principios de siglo, se había quedado con
buena parte de Macedonia.
El resultado fue un verdadero ‘frankenstein’;
no es de extrañar que las tensiones fronterizas perduraran y estallaran durante
la Segunda Guerra Mundial. El Estado nacido en 1918 tenía una superficie de
247.542 Km2, y contaba en 1931 con 13.934.000 habitantes. Los primeros sellos emitidos fueron para
regiones determinadas (Croacia y/o Eslovenia). Se muestran ejemplos.
Hay que esperar a 1921 para encontrar sellos
destinados a todo el país, que, iniciando una tradición que luego mantendrá la
república socialista, se imprimen en dos alfabetos, latino y cirílico, sobre
cada sello o alternadamente en los de cada serie.
Naturalmente ocupó el trono
la dinastía serbia Karageorgevich. Dada la mala salud del rey serbio Pedro I,
se puso al frente desde el primer momento su hijo Alejandro, primero como
Regente y desde 1921 como Rey.
El monarca y su gobierno intentaron
cohesionar el nuevo país política y económicamente, tarea difícil debido a la
diversidad de nacionalidades y religiones y a las grandes diferencias en cuanto
a desarrollo económico.
Las tensiones, que aumentaron desde 1928, llevaron a
Alejandro I a clausurar el Parlamento desde principios de 1929, asumiendo poderes
dictatoriales. En política exterior, mantuvo la alianza con Francia y la
Pequeña Entente. Fue en ese año cuando se adoptó el nombre de Yugoslavia
(compuesto por dos palabras serbocroatas: Yug = Sur y Slavija = tierra de los
eslavos).
Se decretó una nueva organización
territorial, al margen de las nacionalidades históricas, lo que aumentó los
enfrentamientos y, como consecuencia, la represión. En 1934, un terrorista
macedonio, inducido por círculos croatas exiliados, asesinó en Marsella,
durante un viaje oficial, al rey Alejandro I y al Ministro de Exteriores
francés, que lo acompañaba. Le sucedió su hijo Pedro II, todavía menor de edad,
asumiendo la Regencia su tío el príncipe Pablo. Éste trató de reformar la
dictadura heredada y de llevar a cabo una política de acuerdos, resolviendo
sobre todo el problema principal de la oposición croata a la estructura del
Estado. Así, el 20 de agosto de 1939, concedió una autonomía tan amplia a Croacia, que ésta
quedaba unida al resto de la nación sólo por el hilo sutil de la persona del
monarca.
El acuerdo no logró el objetivo previsto:
bosnios, serbios y eslovenos manifestaron desear el mismo grado de autonomía,
los serbios de Croacia se sentían desamparados, y (como no era difícil de
adivinar) a los croatas todavía les parecía poco.
Entre tanto, había comenzado
la Segunda Guerra Mundial. Desde hacía algunos años, Pablo y su gobierno se
habían ido alejando de la tradicional política profrancesa, acercándose de
forma paulatina a Alemania, la cual había protegido a Yugoslavia de las
secuelas de la crisis de 1929 comprándole masivamente su producción agrícola.
El detonante de la crisis en el sector fue el
inmotivado ataque de Italia a Grecia iniciado en octubre de 1940 por decisión
personal de Mussolini, que ni siquiera se lo había comunicado a su aliado
Hitler. La ofensiva fue un absoluto desastre, y, como era lógico, los
británicos empezaron a desembarcar tropas, para combatir al lado de los
griegos, en lo que para ellos era una ocasión pintiparada de volver a poner pie
en el continente después de Dunkerque.
Al Führer todo esto lo cogió de contrapié. No
tenía ninguna gana de intervenir en el sur de Europa (consideraba que esa zona
era competencia de su aliada Italia), y, sobre todo, estaba obsesionado por
comenzar cuanto antes su gran proyecto, la ‘Operación Barbarroja’, es decir, el
ataque a la URSS (de la que tampoco había informado a Mussolini).
Pero no podía
consentir que los británicos abrieran un segundo frente, y estaba claro que los
italianos no iban a evitarlo por sí mismos. Todo esto está detrás del pacto que
se firma en Viena con el gobierno yugoslavo el 25 de marzo de 1941. Pero dos
días más tarde, el 27, tiene lugar un golpe de estado militar, de clara
inducción británica, que derriba al gobierno y proclama rey a Pedro II,
anticipando su mayoría de edad. El golpe es aplaudido en Belgrado, pero no en
la croata Zagreb. El ex - regente marcha al exilio.
El ataque alemán se inicia el 6 de abril, con
lo que la Operación Barbarroja no puede sino posponerse hasta el 22 de junio
(fecha demasiado avanzada, con las consecuencias que en su momento se verán).
Participan en el ataque a Yugoslavia, Bulgaria, Hungría e Italia (o sea, todos
los que tenían cuentas pendientes). El gobierno yugoslavo capitula el 17 de
abril. Pedro II y su gobierno se fueron a Gran Bretaña. Allí, el rey acabó sus
estudios en Cambridge y después se unió a la R.A.F. En la foto adjunta lo vemos
con Churchill y Montgomery. Los políticos formaron un gobierno en el exilio
(que emitiría una serie de sellos para los marinos yugoslavos que combatían del
lado aliado). Tampoco es que los aliados le hicieran mucho caso, y acabaron
decantándose, como veremos, por los partisanos comunistas.
La invasión supuso el descuartizamiento de
Yugoslavia. Los tres fragmentos más importantes fueron los estados satélites de
Croacia, Serbia y Montenegro; Hungría recuperó la Voivodina; Bulgaria, la
Macedonia serbia; Italia, Dalmacia, estableciendo sobre Eslovenia una especie
de protectorado; el Reich redondeó su frontera SE con las provincias austriacas
perdidas en 1918. Por si la complicación fuera poca, la ruptura de noviembre
del 43, a raíz del armisticio unilateral de Italia, ocasionó la ocupación
alemana de las zonas italianas.
Los estados de Croacia, Serbia y Montenegro
en esta agitada época, se contemplarán en las entradas correspondientes a cada
uno. Aquí sólo haremos una referencia a algunos casos:
A) En la zona eslovena de Liubliana, los
italianos emitieron, de 1941 a 1943, sellos de ocupación.
B) De 1943 a 1945, cuando se produjo el
cambio de frente italiano, fueron los alemanes quienes lo hicieron.
Lubliana |
Zara (Zadar) |
C) También las islas Jónicas, pertenecientes
a Grecia, participaron en el aquelarre. Aparte de las emisiones generales para
ellas, que se contemplan en la entrada correspondiente, los italianos emitieron
sellos particulares para algunas de las mismas, como Zante o Cefalonia-Itaca.
Zante |
Cefalonia e Itaca |
D) Volviendo a Yugoslavia, los búlgaros
vieron la ocasión de recuperar la Macedonia perdida en la Guerra Balcánica de
1913, y la ocuparon.
Macedonia |
E) Los croatas participaron en la fiesta,
sobrecargando sellos para Sbenica- Spalato, hasta 1943 en manos italianas.
Sbenica-Spalato |
F) Nada más acabar la guerra, en 1945, los
yugoslavos emitieron sólo para la península de Istria y litoral esloveno,
sellos utilizados hasta la formación de la Zona B de Trieste en 1948. La
leyenda es doble, en esloveno y en italiano.
También la administración militar yugoslava
emitió para esta disputada zona.
Volvamos al desarrollo de la guerra. Desde
muy pronto, se organizaron grupos, cada vez más numerosos, de guerrilleros o partisanos,
muy dependientes para sus operaciones de la provisión de material por parte de
los angloamericanos, dada la penuria del desaparecido ejército yugoslavo. Lo
que ocurrió es que se formaron dos facciones dentro de los partisanos: una era
la de los ‘chetniks’, monárquicos, dirigidos por el general Mihailovich; otra,
la de los comunistas, dirigidos por Tito. Ambas se dedicaron a combatirse tanto
o más que a los alemanes e italianos.
Los angloamericanos empezaron apoyando a
los chetniks, para acabar abandonándolos y apoyando a Tito. No hay que olvidar
al respecto que el mandamás, entre los aliados occidentales, no era Churchill,
sino el Presidente americano Roosevelt, quien, como es bien sabido,
consideraba, con preclara visión, a Stalin, como ‘un fiel aliado y un sincero
demócrata’. Mihailovich acabó fusilado por los comunistas, y los chetniks
desaparecieron. La guerrilla yugoslava es cierto que fue la más importante de
las que operaron en la Segunda Guerra Mundial, pero, aun así y en honor a la
verdad, ha de decirse que su papel ha sido sobrevalorado por razones
propagandísticas. Los alemanes hubieron de llevar más tropas, pero, hasta el
hundimiento final con el ejército soviético a dos pasos, fueron quienes
llevaron la iniciativa en el plano general, como es normal que ocurra en estas
situaciones.
En 1945, la ocupación del territorio yugoslavo por los partisanos
de Tito supuso, en primer lugar, una masacre de italianos tan cuantiosa, que el
número de asesinados fue, y ha seguido siendo, semiocultado a la opinión
pública de Italia. Supuso también la abolición formal de la monarquía y la
proclamación de una República que ha tenido varias denominaciones. Entramos,
pues, en una nueva etapa.
El protagonista era, y continuó siendo, Josip Broz,
nacido en 1892, más conocido por su ‘nombre de guerra’ de Tito, que se
convirtió en definitivo. Dado su largo historial en la Komintern, todo el mundo
suponía que Yugoslavia pasaría a ser un satélite soviético más de los que se
crearon en Europa Oriental por esas fechas. La sorpresa fue que Tito se negó a
asumir ese papel: ni presencia del
ejército soviético, ni pertenencia (más tarde) al Pacto de Varsovia, ni
obediencia a las directrices de Moscú. Pretendía seguir su propio camino.
Se
esperaba en Occidente una inminente invasión soviética, pero Stalin tronó,
fulminó y excomulgó, mas no intervino, con gran alivio de las potencias
occidentales, para las que el yugoslavo quedó convertido en una especie de niño
mimado, al que no se tuvieron en cuenta veleidades posteriores, como la de ser
uno de los dirigentes de un movimiento tan ambiguo, en aquel momento, como el
de Países No Alineados (1956). En todo caso, condenó las intervenciones
soviéticas en Hungría, Checoslovaquia y Afganistán.
El 31 de enero de 1946
nació oficialmente la República Federal Popular de Yugoslavia, que pasaría a
llamarse en 1963 República Socialista Federativa. Durante su existencia, la
única modificación territorial digna de mención fue la integración en 1954 de
la llamada Zona B de Trieste (515,5 Km2). (Ver entrada 'Trieste').
Tito,
inicialmente Primer Ministro, fue Presidente desde 1953, y recibió el
nombramiento de Presidente vitalicio en 1963. Aprendiendo de errores del
pasado, y no siendo serbio, sino croata, puso especial empeño en crear un
ambiente de hermandad entre las repúblicas integrantes, sin favoritismos. Sin
embargo (obsérvese el detalle), los altos mandos de las fuerzas armadas fueron
siempre serbios. Por supuesto, Belgrado fue la capital federal.
El Partido Comunista de Yugoslavia (compuesto
a base de los partidos comunistas de cada una de las repúblicas constituyentes)
se mantuvo en el poder.
Las repúblicas constituyentes de que se habla
aparecen en el mapa adjunto, apareciendo los números explicados a continuación.
1. Bosnia y Herzegovina capital Sarajevo 2.
Croacia capital Zagreb
3. Macedonia capital Skopje
4. Montenegro capital Titogrado (después
Podgorica)
5. Serbia capital Belgrado
(5a. Prov.autonoma de Kosovo capital
Pristina)
(5b. Prov.autónoma de Voivodina capital Novi
Sad)
6. Eslovenia capital Liubliana
El mapa y las denominaciones son importantes,
pues, en términos generales, han prefigurado la estructura actual de la zona
tras la desintegración del estado yugoslavo.
El país fue organizado bajo las
directrices del llamado ‘socialismo autogestionario’. Existía la posibilidad de
crear empresas privadas de hasta 5 trabajadores, en ciertos sectores. El resto
eran públicas, pero estaban controladas por los propios trabajadores de cada
empresa, quienes decidían cómo organizarse e invertir, y entre los cuales se
repartían beneficios y pérdidas.
Los productos de esas empresas públicas se
vendían también en el mercado privado, lo cual llevaba a la competencia entre
ellas. Por tanto, la economía no estaba centralizada, y era diferente a la de
la URSS y demás países del Este.
Salvo algún periodo de recesión, el país
prosperó y el desempleo se mantuvo bajo. Debido a la neutralidad del Estado
yugoslavo, fue posible exportar hacia los mercados occidentales y orientales.
El hecho de que los yugoslavos pudieran emigrar libremente desde 1960, permitió
encontrar trabajo en el extranjero, lo cual actuó también como fuente de
capital y creó corrientes migratorias hacia Europa Central que aún subsisten.
El sistema, creador de un modo de vida un tanto gris, que al menos parecía
generar una mínima satisfacción, funcionó mientras vivió Tito. Éste falleció en
1980, y, durante esa década, comenzaron a producirse discusiones doctrinales y
movimientos de inquietud, que, a principios de los años 90, dieron lugar a
elecciones multipartidistas en las distintas repúblicas.
Los partidos
comunistas, en muchos casos fragmentados o con nueva denominación, comenzaron
aquí y allá a perder el poder. Luego
vino el proceso de disgregación, que daría lugar en Croacia y Bosnia a guerras
largas, violentas y crueles.
En 1992, la Yugoslavia nacida en 1918 se
podía ya dar por disuelta, proceso que será detallado en las correspondientes
entradas.
Pero todavía hubo un último resto, como un
fantasma: las repúblicas de Serbia y de Montenegro se mantuvieron unidas,
conservando la denominación de República Federal de Yugoslavia.
Esto duró hasta 2003, cuando cambió su nombre
por el de ‘Federación de Serbia y Montenegro’.
En el año 2006, un plebiscito en Montenegro
acabó con la Federación y con el último resto del fantasma. Después vendría el
conflicto de Kosovo, pero eso es ya otra historia. (Ver entrada
correspondiente).
muy buena la información!!!! gracias!!!
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