domingo, 16 de octubre de 2011

ÁFRICA DEL SUR 1




ÁFRICA DEL SUR (siglo XIX)
 
La colonización neerlandesa de El Cabo (1652-1795)

En 1602 se fundó la Compañía Holandesa de las Indias Orientales, que necesitaba un punto de escala y aprovisionamiento en el largo camino a las posesiones ya adquiridas en Extremo Oriente. Así, el 4 de abril de 1652, una expedición de tres naves, partida de Amsterdam, llegó al Cabo de Buena Esperanza y tomó posesión del lugar en nombre de la Compañía.

Pronto se planteó la necesidad de establecer a colonos europeos en la nueva ciudad y en sus alrededores, para que cultivasen frutales y verduras, haciendo a la colonia autosuficiente. La colonización empezó de forma lenta, pero se aceleró desde 1679, fomentándose la inmigración europea (particularmente del Norte de Alemania) y fundándose nuevas poblaciones.

El tercer importante aporte fueron los hugonotes, calvinistas franceses llegados desde 1685, a raíz de la revocación del Edicto de Nantes, que supuso la expulsión de Francia de miles de ellos, los cuales emigraron hacia Prusia, Inglaterra y también África del Sur; a ellos se debe la tradición vitivinícola que aún perdura. Sin embargo, el estallido de la guerra entre las Provincias Unidas neerlandesas y Francia, llevó a una política de asimilación, convirtiéndose el neerlandés en lengua obligatoria.

Los inmigrantes europeos asentados en Sudáfrica fueron no obstante escasos en términos absolutos. La Compañía tampoco deseaba una población numerosa que pudiera llegar a controlar el gobierno del territorio. Por tanto, en 1750 sólo 5.000 ‘burghers’ estaban censados; pero en 1795 había ya más de 15.000.

El aumento de población supuso la necesidad de expansión. Los repartos de tierras en cada herencia y la presión fiscal, unida a la pésima gestión de la Compañía, llevaron a muchos colonos a adentrarse hacia tierras desconocidas del interior, naciendo los ‘trekkboers (‘granjeros errantes’). Puesto que en las tierras de frontera no contaban con la protección de soldados de la Compañía, a los boers (así comenzaba a llamárseles) no les quedaba otro remedio que defenderse por sí mismos.

En los primeros tiempos, la escasez de mujeres blancas forzó al mestizaje. Los mestizos recibieron diferentes nombres, como gricqua. Muchos de ellos emigraron más tarde a territorios norteños, como las actuales Namibia y Botswana, donde llegaron a formar temporalmente sus propios estados. Posteriormente, cuando aumentó el número de mujeres blancas, aumentó también la presión en favor de la segregación.

La llegada de los británicos (1795-1815) 

A finales del siglo XVIII, la colonia de El Cabo se hallaba en estado caótico. La Compañía, hundida en deudas, no podía proteger a los burghers de la frontera, entre los que se inició una tradición rebelde que perduraría hasta el siglo XX. Además, los Países Bajos se habían convertido en una República satélite de la francesa. Éste fue el especioso pretexto escogido por los británicos para apoderarse de la zona en 1795. Si la devolvieron con la Paz de Amiens de 1802, la reocuparon en 1806, y, como pieza codiciada en el camino a la India, se aseguraron su adjudicación definitiva en la paz general de 1815.

Aunque al principio ofrecieron mejor gestión, pronto creció el descontento entre la población afrikaner. La supresión de la esclavitud en 1830, con escasas indemnizaciones, llevó a la ruina a muchos boers. Los británicos iniciaron una política de ampliación, instalando a 4.000 colonos procedentes de Gran Bretaña e implantando progresivamente el sistema jurídico inglés. Además, los boers se quejaban amargamente de la falta de protección frente a los ataques negros de la frontera.

De esta forma, la vieja base neerlandesa se transformó en la colonia británica de El Cabo, que, con la considerable expansión ulterior, conforme la mayor parte de los boers iban emigrando hacia el NE., llegó a ser con diferencia la más extensa de las entidades que al final conformarían la Unión Sudafricana. Emitió sellos propios desde 1853 a 1910. Le fue anexionada la parte meridional de Bechuanalandia (ver entrada ‘Bechuanalandia’).


Existió en el Norte un territorio, West Griqualand, habitado en su mayor parte por mestizos (ver más arriba), que tuvo entre 1873 y 1880 la consideración de colonia administrativamente autónoma, y que también emitió sus propios sellos entre 1874 y 1878 (siempre a base de la sobrecarga 'G' sobre sellos de El Cabo).

El Gran Trek (1835-1840) 
 

Todo lo antedicho decidió a muchos boers a emigrar más allá de los límites de la colonia británica. Desde 1835 a 1845, 15.000 se dirigieron hacia lo desconocido.
Una parte se encaminó hacia los territorios despoblados del NE; luego hablaremos de ellos.
Otros marcharon hacia el Este, hacia Natal, para fundar allí una nueva república que dispusiera de puertos marítimos. 
En Natal los boers se encontraron con un oponente temible: la nación zulú, pueblo de lengua bantú, que había iniciado una enorme y violenta expansión hacia el Oeste bajo el liderazgo del legendario rey Shaka, con la consecuencia de la muerte de unos dos millones de bantúes y la migración forzosa de otros tantos. Los intentos de llegar a un acuerdo y a un reparto de tierras y ganados con el sucesor de Shaka, acabaron en la matanza de Weenen, con la tortura y asesinato a traición y por sorpresa de los boers negociadores, y después de las mujeres y niños de la caravana. 
Un pequeño destacamento de 450 hombres, dirigido por Pretorius, intentó llevar a cabo una acción punitiva, pero se vieron rodeados por 12.000 zulúes y sin posibilidades de huída. Pretorius ordenó poner en círculo las carretas y atrincherarse tras ellas. Esta táctica, conocida con el nombre de laeger, hizo ganar a los boers la batalla del Río Sangriento (Bloedrivier), en la que perecieron más de 3.000 zulúes. Hablamos de 1838, mucho antes de que se emplearan similares tácticas, luego popularizadas por el cine, en las praderas del Oeste americano. 
El laeger se convirtió en símbolo de la solidaridad afrikaner en un medio hostil. El aniversario de la batalla sería declarado festivo en las futuras repúblicas boer, y su centenario, en 1938, celebrado por todo lo alto, sirvió de acicate para el crecimiento del Partido Nacional, que llegaría al poder en 1948, encarnando el sector más nacionalista del electorado afrikaner.
La matanza de Weenen y la subsiguiente victoria de Bloedrivier dejaron una huella indeleble en la mentalidad colectiva del pueblo boer: no cabía tregua alguna y la más mínima cesión podía resultar fatal. La política sudafricana del siglo XX no se explica sin conocer estos hechos. 
Tras la victoria sobre los zulúes, los afrikaner trataron de establecer la República de Natalia, que tuvo una corta existencia, de 1839 a 1843. En efecto, las autoridades británicas de El Cabo no estaban dispuestas a admitir un estado boer provisto de puertos marítimos que pudiera prosperar económica y demográficamente y aliarse con potencias europeas. De ahí que en 1843 tomaran posesión del territorio. La mayoría de los boers decidieron emigrar hacia el Norte, hacia los futuros estados de Transvaal y Orange. 
La nueva colonia británica comenzó a recibir un muy considerable aflujo de colonos procedentes de Gran Bretaña y de la India británica. Se dio la paradoja de que Natal, la primera república fundada por los boers, acabó siendo la más inglesa de las provincias de Sudáfrica. Emitió sellos propios desde mayo de 1857.

Es el momento adecuado para hacer una referencia a Zululandia.

Tras la derrota y colonización del reino zulú por los británicos, a las que en seguida haremos alusión, el territorio, situado en el extremo NE de África del Sur y a orillas del Índico, se convirtió en 1877 en protectorado con su propio sistema postal (sellos de Gran Bretaña y Natal con sobrecarga). Transformado en colonia en 1894, aparecieron sellos con la efigie de la Reina y leyenda ‘Zululand’. Fue finalmente anexionado por Natal en diciembre de 1897.


La formación de las repúblicas boers (1852-1877)

 
La mayoría de los boers atravesaron de nuevo los montes Drakenberg en dirección hacia el Norte, y miles de ellos se asentaron en las cuencas de los ríos Orange y Vaal.

La región situada más allá del Vaal recibió la denominación de Transvaal, estableciéndose una república con capital en Pretoria, regida por un Presidente a la vez Jefe del Estado y del Poder Ejecutivo, y una asamblea o Volksraad de 24 miembros. Esta independencia fue reconocida por los británicos en la Convención del Río Sand (1852).

En la zona situada entre los ríos Vaal y Orange surgieron tensiones entre boers y británicos. Sin embargo, como los continuos conflictos entre trekkers, gricquas y bantúes la hacían ingobernable sin una presencia militar adecuada, los británicos consideraron que no compensaba desviar tropas del objetivo prioritario que era la consolidación de su presencia en la India. En consecuencia, se negoció la retirada de las tropas y la proclamación de la independencia del Estado Libre de Orange (17 de febrero de 1854).

Aparte de la malograda Natalia, hubo otras repúblicas boers de corta duración. Stellaland, fundada en 1882 al Oeste del Transvaal; emitió sellos (5 valores), y en 1885 fue invadida por orden de Rhodes e incorporada a la Bechuanalandia británica. La Nueva República de África del Sur, existente entre 1884 y 1888; también emitió sellos, muy rudimentarios, y acabó incorporada al Transvaal.

Los enfrentamientos con el Imperio británico (1877-1902)
 
Cita del americano Mark Twain referida a la Primera Guerra Anglo-boer: “Hay una anécdota, que quizá no sea cierta, sobre un ignorante agricultor boer que pensaba que la bandera blanca era la enseña nacional británica. Había combatido en las batallas de Brookhorst, Lang´s Nek, Ingongo y Anajuba, y daba por sentado que los ingleses no desplegaban su bandera hasta el final”.

En principio, los británicos no contemplaron con demasiado recelo el surgimiento de las nuevas repúblicas boers. Consideraban que podían ser un buen muro de contención frente a los nada raros ataques de las tribus bantúes contra las zonas orientales de la provincia de El Cabo. Además, al carecer de puertos, las armas de fuego y las municiones les habrían de llegar de manos británicas.

Sin embargo, en el último tercio de siglo las cosas cambiaron, actuando los británicos con suma torpeza. El rey zulú había reclutado un ejército de 30.000 hombres, armados en parte con mosquetes, y amenazaba con él la frontera SE del Transvaal. Los británicos avanzaron desde Natal, llegaron a Pretoria y en 1877 proclamaron la anexión del Transvaal, en flagrante violación de los tratados antes mencionados.

Los dos años siguientes fueron los de la guerra anglo-zulú, con algún importante desastre inglés en su transcurso. Por cierto, en esa guerra murió el hijo único del ex emperador francés Napoleón III, por haber bajado a destiempo de su caballo para satisfacer una necesidad fisiológica.

Aplastados por fin los zulúes, los boers denunciaron con razón las anexiones unilaterales británicas. El 16 de diciembre de 1880 fue declarada de nuevo la independencia del Transvaal, dando comienzo con ello la Primera Guerra de los Boers.

Aunque las tropas británicas gozaban de manifiesta superioridad numérica y material, sus enemigos eran diestros en el manejo de las armas de fuego y conocían bien el terreno; cercaron las guarniciones británicas e interceptaron los refuerzos enviados desde Natal y El Cabo en varias batallas victoriosas, de las que la más importante fue la de Majuba

La humillación de Majuba forzó a Gladstone a reconocer de nuevo la independencia boer. Todo lo que pudo obtener de los afrikaners fue un reconocimiento puramente teórico de la supremacía de la reina Victoria sobre las dos repúblicas.

Las décadas siguientes fueron de gran auge demográfico, económico y cultural en Transvaal y Orange, sobre todo tras la fiebre del oro desencadenada por los descubrimientos auríferos en el Witwatersrand. Johannesburgo se transformó, de una simple aldea, en el centro económico de todo el Sur de África; Pretoria se llenó de preciosos edificios y multitud de familias enriquecidas enviaron a sus hijos a estudiar a los Países Bajos, surgiendo una nueva burguesía afrikaner refinada y culta.

Sin embargo, el futuro caudillo boer Paul Kruger dijo al descubrirse el mayor filón de oro del mundo en1887: “En lugar de regocijaros, haríais mejor en llorar, pues este oro será la causa de un baño de sangre en nuestro país”. En efecto, ese enriquecimiento suponía un peligro; el proyectado ferrocarril de Pretoria a Lourenço Marques (hoy Maputo, en Mozambique) proporcionaría a los boers un acceso al mar independiente de los puertos británicos, además de entorpecer el gran proyecto de Cecil Rhodes, por entonces gobernador de El Cabo, de la construcción de una línea férrea entre su ciudad y El Cairo, entonces también bajo dominio del Reino Unido.

Rhodes empezó por utilizar una técnica astuta y oblicua: inundar a los estados boers, todavía más de lo que ya lo estaban desde los descubrimientos auríferos, con una multitud de inmigrantes británicos. Eran los ‘uitlanders’, término con que se designaba a los extranjeros, en general británicos, que carecían de derechos políticos, toda vez que las constituciones de las repúblicas boers solamente admitían la naturalización a los inmigrantes que pertenecieran a la Iglesia Reformada de Holanda. Además, la única lengua oficial era el neerlandés, proscribiéndose la lengua inglesa en la administración y en las escuelas.

Rhodes esperaba que se acabara concediéndoles la naturalización, y facilitando así la manipulación política, pero tropezó con la fuerte personalidad del Presidnte del Transvaal, Paul Kruger (de quien por cierto hizo un retrato lleno de admiración una persona tan poco dada a los elogios como Bismarck). Kruger sabía que la independencia de las dos repúblicas estaba en juego, y no se hallaba dispuesto a ceder.

Se desarrolló una escalada de tensión. En 1895, los británicos organizaron, con auxilio de tropas procedentes de El Cabo, un intento de golpe de estado que fue fácilmente desbaratado. En 1899 lanzaron un ultimátum para que se naturalizara a los uitlanders y se reconociera el inglés como lengua oficial. Kruger, seguro de que la guerra era inevitable, presentó su propio ultimátum antes de recibir el otro: los británicos disponían de 48 horas para retirar todas sus tropas de la frontera con Transvaal; de lo contrario, éste, aliado con el Estado de Orange, les declararía la guerra. Las hostilidades comenzaron el 12 de octubre de 1899.



Los boers tomaron la iniciativa invadiendo las colonias de El Cabo y Natal entre octubre de 1899 y enero de 1900. Fueron capaces de sitiar varias ciudades, siendo el sitio más célebre, largo y duro el de Mafeking. Tanto sitiadores como sitiados emitieron sellos, muy raros actualmente; se muestra uno de los correspondientes a los sitiados.

El asedio se cobró un alto precio entre los soldados defensores (por cierto, mandados por Baden-Powell, más tarde fundador de los boy-scouts) y los civiles, sobre todo desde que los alimentos empezaron a escasear. Además, en la llamada ‘Semana Negra’, del 10 al 15 de diciembre, los británicos sufrieron en campo abierto una serie de derrotas devastadoras, que pusieron de manifiesto la ineptitud de sus mandos.

Hasta la llegada de refuerzos en febrero de 1900, las tropas británicas no fueron capaces de contraatacar para liberar las guarniciones sitiadas. A continuación avanzaron capturando la capital de Orange, Bloemfontein, el 13 de marzo y la de Transvaal, Pretoria, el 5 de junio, con lo que la guerra se supuso virtualmente concluida.

No fue así; los boers se reagruparon en una nueva capital y planificaron una campaña de guerrillas. Los guerrilleros comenzaron a atacar los ferrocarriles y los tendidos telegráficos incluso dentro de la colonia de El Cabo. Demostraron que las tradicionales formaciones británicas de gran tamaño no eran operativas en esas situaciones.

El nuevo comandante británico, Lord Kitchener, respondió construyendo blocaos, para restringir la movilidad de las guerrillas. Situados a 900 metros de distancia unos de otros, estaban unidos por alambre, del que pendían campanas, latas, etc Se construyeron cerca de 8.000, estando desplegado en un momento determinado un ejército de unos 450.000 soldados, que incluía tropas coloniales. Los boers nunca contaron con más de 80.000 hombres.

Los blocaos resultaron efectivos, pero no decisivos. Kitchener los complementó con unidades de caballería ligera, formadas por irregulares, y, hombre de escasos escrúpulos éticos, con una política de tierra quemada: hizo confiscar ganado, envenenar pozos, quemar cosechas y granjas y, sobre todo, desplazar a los campesinos a campos de concentración.

Esta política condujo a la destrucción de 30.000 granjas y 40 pequeñas poblaciones. Se construyeron un total de 45 campos para boers y 64 para los africanos negros Un tercio de la población boer fue desplazada a los mismos, así como unos 120.000 africanos negros. La mayor parte eran ancianos, mujeres y niños, ya que, de los aproximadamente 28.000 boers prisioneros de guerra, 25.630 fueron enviados a campos en el extranjero. La alimentación insuficiente y las condiciones higiénicas inadecuadas provocaron epidemias Todo ello, unido a la escasez de instalaciones médicas, provocó que, según un informe posterior a la guerra, cerca de un 25% de los boers y un 12% de los africanos negros internados murieran.

La guerra acabó en mayo de 1902. En total, costó unas 75.000 vidas: 22.000 soldados británicos (7.792 muertos en combate y el resto por enfermedad); entre 6.000 y 7.000 soldados boers; de 20.000 a 28.000 civiles boers y quizá 20.000 africanos negros.

Las sobrecargas de los sellos de ocupación significan: V.R.I. = Victoria Regina Imperatrix; E.R.I. = Eduardus Rex Imperator. El cambio de monarca tuvo lugar durante las hostilidades.
 
Antes de terminar esta reseña , larga, pero referente a una zona del mundo que ha hecho correr ríos de tinta durante decenios, es necesario detenerse en algunos aspectos de la cultura boer (pronunciación correcta: bu:r), si se quieren comprender las vicisitudes de Sudáfrica en el siglo XX. Al fin y al cabo, a partir de 1948, fecha del triunfo del Partido Nacional y durante más de 40 años, es cuando el dominio de los afrikaners alcanzaría su pleno apogeo, dando forma sus símbolos e ideología al Estado.

Con anterioridad a la conquista británica, los habitantes de El Cabo se sentían, pura y simplemente, neerlandeses. Pero también después de ella pervivieron largo tiempo vínculos culturales y emocionales entre los afrikaners y su antigua metrópoli. Se observa en los nombres de varias repúblicas boers, abortadas o no, y en las enseñas de las mismas. Ya en el siglo XX, la primitiva bandera neerlandesa (la ‘Prinsenvlag’) fue proclamada bandera oficial de la Unión Sudafricana en 1928, continuando vigente hasta 1994.

La lengua nacional del pueblo afrikaner es el afrikaans, criollo derivado del neerlandés, que comenzó a fijarse a fines del siglo XVII, pero cuya oficialización y standarización no llegaría hasta el XX. Las circunstancias eran propicias para la formación de esa lengua criolla: los colonos eran de baja extracción social, acudieron también alemanes y franceses, y todos estaban rodeados de sirvientes y esclavos malgaches y malayos.

Se simplificó la fonética y, sobre todo, la gramática, se incorporaron vocablos extraños. A fines del XVIII, la evolución había cristalizado en el plano coloquial, pero la lengua escrita seguía siendo el neerlandés standard, idioma oficial de las repúblicas boers y más tarde una de las dos lenguas cooficiales de la Unión Sudafricana. La situación cambió a partir de la oleada de nacionalismo afrikaner de 1916, cuando el Partido Nacional, republicano y antibritánico, asumió la nueva lengua como instrumento de trabajo. En 1925, una resolución del Parlamento autorizó su uso en los debates y en la redacción de las leyes. A mediados de los años treinta, había alcanzado plena igualdad con el inglés, sustituyendo al neerlandés standard.

La religión fue otro factor de cohesión. Ya desde los primeros tiempos de la colonia, el protestantismo calvinista fue la única religión permitida, y sus fieles se estructuraban en la Iglesia Reformada Bajoalemana. El carácter de El Cabo como lugar de refugio para muchos hugonotes franceses, reforzó aún más el calvinismo.

Pero el calvinismo neerlandés adquirió rasgos especiales: el clima duro y los amplios espacios vacíos favorecían la formación de un estilo de vida patriarcal similar al descrito en el Antiguo Testamento. El sentimiento religioso y ese fervor bíblico eran particularmente intensos entre los boers en el sentido estricto y originario, es decir, entre los campesinos de la frontera.

Cuando aparecieron los británicos, en seguida se preocuparon de controlar (y manipular) esa Iglesia, la cual, en efecto, condenó el Gran Trek y prohibió a sus pastores acompañar a los emigrantes, lo que produjo la ruptura que cabía esperar.

A partir de ese momento, el culto entre los ‘voortrekkers’ fue administrado por los más ancianos, que todos los domingos reunían a la comunidad. Se creó una especie de calvinismo de frontera; los trekkers se comparaban a los israelitas guiados por Moisés en busca de la Tierra Prometida; eran un pueblo elegido, cuya misión era servir de punta de lanza de la Cristiandad. Por supuesto, los negros, descendientes de Cam, el hijo maldito de Noé, no merecían precisamente mucha consideración.

Se creó pues una nueva iglesia, independiente de la de El Cabo, que adquirió en 1860 carácter oficial en Transvaal y Orange. Los sectores más puritanos se separaron a su vez de esta iglesia y fundaron una nueva comunidad, la de los doppers, uno de cuyos miembros originarios era el futuro Presidente Kruger. Entre los doppers, el rigorismo se manifestaba tanto en el atuendo como en la prohibición de todos los himnos, salvo los Salmos, su influencia fue muy notable en el desarrollo de las repúblicas boers, estando por ejemplo hiperrepresentados en la Asamblea y en la Administración Pública del Transvaal.

Entre 1902 y 1910, Transvaal y Orange se convirtieron en colonias de la Corona Británica.

En 1910, tuvo lugar la constitución del Dominio de la Unión Sudafricana.

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