IMPERIO AUSTROHÚNGARO
Desde 1867, en el nuevo sistema de la
Monarquía Dual, el Emperador, de la familia de los Habsburgo, pasa a ser
Emperador en Austria y Rey en Hungría.
Se establecen dos Parlamentos separados,
acompañados de los respectivos Gobierno y Primer Ministro. De cada uno dependen
determinadas provincias no estrictamente
austrogermánicas ni húngaras, principalmente eslavas. Algunas de ellas, como
Galitzia-Ludomeria (de Austria) o Croacia-Eslavonia (de Hungría), gozan de una
cierta autonomía.
Había un Consejo de Ministros Común que se
encargaba de las responsabilidades comunes (sólo Finanzas, Defensa y Política
Exterior); estaba compuesto por los dos Primeros Ministros, el Ministro
imperial de Asuntos Exteriores, el de Finanzas, el Jefe del Estado Mayor
Imperial, algunos archiduques y, por supuesto, el Emperador.
Dos delegaciones de representantes de cada
uno de los dos Parlamentos se reunían por separado y votaban las propuestas del
Consejo de Ministros Común. El Emperador tenía la decisión final en Defensa y
Relaciones Exteriores.
El sistema funcionó entre fricciones
continuas, especialmente en lo relativo
a las Fuerzas Armadas. Téngase en cuenta que cada Gobierno se encargaba por
separado de cuestiones como reclutamiento, legislación sobre el servicio
militar, transporte de tropas y regulación de las cuestiones civiles de los
militares.
Se dieron a menudo conflictos sobre aranceles
exteriores y sobre contribución a la Hacienda común (Austria aportaba el 70%
del presupuesto). Cada diez años había
que renegociar estos temas, con las discusiones correspondientes, y además en
1906 llegó al poder en Budapest un gobierno de coalición nacionalista. No
obstante, la renovación se produjo en 1907 y 1917.
Austria propició un régimen parlamentario
equiparable a los de Europa Occidental, con libertades públicas, sufragio
universal masculino desde 1907 y formación de grandes partidos
(socialcristianos, socialdemócratas y pangermanistas).
En Hungría, la extensa nobleza retuvo en sus
manos el poder gracias a un sufragio censitario muy restrictivo, el control de
la tierra (e indirectamente el de los campesinos) y la reducción de las minorías no húngaras a unos cuantos aristócratas
transilvanos y eslovacos, mientras que los eslavos en general sólo podían
aspirar al poder local. Lo que es peor, con una mentalidad nacionalista
estrecha, promovió un proceso de magiarización, incluso en la enseñanza, dando
lugar entre la población eslava a los resentimientos que cabe suponer.
Austria permitió en Bohemia y en sus
territorios polacos una amplia autonomía administrativa y cultural, que, en el
caso de los polacos, contrastaba con lo que ocurría en las partes rusa y
alemana.
La economía cambió profundamente durante la
época de la monarquía dual. El progreso tecnológico aceleró la
industrialización y el crecimiento de las ciudades, pero manteniéndose gran
diferencia de desarrollo entre las provincias occidentales y las orientales. Austria
y Bohemia mantenían niveles de desarrollo político, económico y social
equivalentes a los de Alemania o Francia, mientras que Transilvania, Galitzia y
Bosnia-Herzegovina eran similares en su situación a las tierras balcánicas o
rusas.
El ferrocarril, una realización importante,
se extendió ampliamente por todo el territorio austrohúngaro.
La población era en 1914 de 52.800.000
habitantes, pero muy desigualmente repartida. Austria tenía 97 habitantes /
km2, y Hungría, 66; pero el contraste era superior entre las regiones más
industrializadas (más de 120 hab/Km2), y las zonas montañosas de los Alpes o
los Balcanes, que no llegaban a 60.
Existía gran variedad de grupos étnicos (15
nacionalidades con 12 lenguas y 7 confesiones religiosas). Los grupos
mayoritarios eran el austrogermánico (23.9%), de lengua alemana, y el magiar
(20%), de lengua húngara.
Los eslavos constituían el tercer grupo, si
bien divididos en 6 idiomas y 8 etnias, una de ellas (los bosnios) de religión
musulmana. Había pueblos latinos, especialmente italianos del Trentino y
rumanos de Transilvania, y judíos, concentrados en las grandes ciudades y en
Galitzia. La religión del Estado, y la predominante, era la católica.
Viena alcanzó en 1916 su máxima población con
2.239.000 habitantes, siendo la tercera ciudad europea en tamaño, tras Londres
y París, y la cuarta del mundo, tras éstas y Nueva York, constituyendo un
centro económico, industrial y cultural de primer orden. La segunda era
Budapest, cuya área metropolitana superó el millón en 1914. Les seguía Praga,
capital de Bohemia, con 550.000 habitantes incluyendo el área metropolitana.
Tras estos datos, volvamos a la evolución
política. El Imperio disponía solamente de una salida al Adriático, y carecía
de colonias, lo que dificultará su desarrollo económico. Había tenido, como
hemos visto, que retirarse de Italia y del espacio germánico. Todo ello
propiciará su expansión hacia el Sur.
La expansión siguiendo primero el eje
danubiano no era por supuesto nueva. Tras las grandes conquistas turcas del
siglo XVI, cuando los otomanos dominaron incluso la mayor parte de Hungría y
amenazaron por primera vez Viena, se había llegado a un cierto equilibrio,
siendo Carintia tierra de frontera, como todavía hoy testimonia el imponente
arsenal de Graz, magníficamente conservado.
Tras el segundo y último intento otomano de
ocupar Viena en 1683, el emperador Leopoldo II (que cuenta con un excelente
general, Eugenio de Saboya) emprende la contraofensiva. Reconquista Buda en
1686, y en 1691 ha expulsado a los turcos de toda Hungría y de Transilvania.
Las circunstancias han cambiado; el Imperio
Turco se convierte en el ‘hombre enfermo de Europa’, y la penetración
continuará por la franja norte de la península Balcánica, en la que la
agitación de los pueblos sometidos al turco crece más y más.
En el congreso de Berlín de 1878, reunido
para limitar el desastre turco ante rusos y búlgaros (ya que a las potencias
occidentales no les interesa tampoco un hundimiento de Turquía), el ahora ya
Imperio Austrohúngaro consigue la ocupación de los territorios de
Bosnia-Herzegovina y del Banato de Novi Pazar (hoy serbio). A diferencia de lo
habitual, Bosnia- Herzegovina queda sujeta a una administración militar
conjunta de austriacos y húngaros. Recuérdese que es el año siguiente, 1879,
cuando se forma la sólida alianza entre Berlín y Viena.
Esta expansión hacia el sur concita los
recelos de Serbia (desde hace años libre ya de turcos), porque Serbia pretende
extenderse hacia el norte, ya que su objetivo es englobar toda la mitad oeste
de la Península balcánica. Por consiguiente, toda expansión austrohúngara le
estorba Y detrás de Serbia, como protector, está el Imperio Ruso, por dos
razones: la primera, que Rusia, la ‘Tercera Roma’ se cree con derecho y
obligación de proteger a todos los ortodoxos del mundo, y los serbios son
ortodoxos; la segunda, más terrenal, que el Imperio Ruso no pierde ocasión de acrecentar
su influencia en los Balcanes con el fin de aproximarse a los estrechos que
comunican el mar Negro con el Mediterráneo; ése ha sido y será siempre su
objetivo último.
En 1908, aprovechando la profunda crisis
turca ocasionada por el derrocamiento del sultán de turno y el ataque italiano
a Libia, el Imperio Austrohúngaro da un paso más: convierte la mera ocupación
de Bosnia-Herzegovina en anexión pura y simple. Los recelos serbios se
convierten en un paroxismo de odio, tanto más cuanto que ya está en escena un
personaje temible para ellos: el Archiduque Francisco Fernando.
Estamos hablando del sobrino de Francisco
José, hijo de su hermano Carlos Luis. Al fallecer éste en 1896, Francisco
Fernando es ahora el heredero al Imperio, y un hombre con ideas muy claras.
Es persona inteligente y de sólida formación.
Ha tenido diferencias con el viejo Emperador, al enamorarse y empeñarse en el
casamiento con una joven miembro de la pequeña nobleza, Sofía Chotek, carente
de relación alguna con las familias regias, reinantes o sin reinar. Por esa
razón, el Emperador prohíbe el matrimonio. Interceden en favor de Francisco
Fernando el Papa y el Kaiser Guillermo; al fin, el Emperador cede, permitiendo
un matrimonio morganático: la eventual descendencia no tendrá derechos
sucesorios y a Sofía no se le concede el título de Archiduquesa ni ninguna
relevancia en la Corte.
Pero el perfil de Francisco Fernando no se
agota en ese episodio personal. Es partidario de una reforma del Estado (que el
Emperador nunca se ha decidido a hacer por miedo a los húngaros),
transformándolo en una Federación en la que los eslavos tuvieran un peso
análogo al de austriacos y magiares. Hablando en términos vulgares, partía del
principio de que un triciclo es mucho más estable que una bicicleta.
Estaba convencido de la imposibilidad de que
el Imperio sobreviviera a una guerra importante si ésta se desencadenaba antes
de que él accediera al trono y llevara a cabo esas necesarias reformas, tanto
políticas como militares. Por eso utilizó su influencia sobre su tío para que
el Imperio no interviniera para nada en las dos Guerras Balcánicas de
1912/1913.
En esta situación, el Archiduque, Inspector
General del Ejército, visitaba con su esposa oficialmente Sarajevo, la capital
bosnia, el 28 de junio de 1914. Ambos fueron asesinados por los disparos de un
joven serbio, cuyo nombre ha pasado a la Historia: Gavrilo Prinzip.
El suceso es de importancia capital. Los
vencedores de la subsiguiente Guerra Mundial han tratado de difundir la
historia de que se trataba de un pequeño grupo de ‘activistas’ que actuaba por
su cuenta. La realidad es muy diferente.
El atentado fue planeado y decidido en
una reunión del Consejo de Ministros serbio, con presencia (según algunos
autores) de agentes del gobierno ruso, y se creó una organización ‘ad hoc’ para
él. Uno de los autores, Danilo Ilic, incluso confesó tras su detención que las
armas habían sido proporcionadas por agentes del gobierno serbio.
La ejecución del atentado, en la fecha
conocida y prevista de antemano, fue en realidad una verdadera chapuza. Resultó
necesaria la concordancia de una larga serie de circunstancias para que tuviera
éxito, pero tal concordancia de hecho se dio. Ni siquiera funcionaron las
cápsulas de cianuro de que habían sido provistos los asesinos. De los tres,
Ilic fue ahorcado; Prinzip y el tercero murieron tuberculosos en la cárcel.
Cuando conoció el atentado, el conde Tisza exclamó en pleno Parlamento: “¡La
voluntad de Dios se ha cumplido!”; pero es que el conde Tisza era a la sazón el
Jefe del Gobierno húngaro, lo cual indica cómo estaban las cosas.
Hay un triste aspecto de interés humano en la
historia; Sofía Chotek, que murió de un disparo dirigido a su marido, ni
siquiera tenía por qué haber estado allí. Pero, debido a su matrimonio
morganático, llevaba en Viena una vida tan solitaria y aburrida, que Francisco
Fernando la llevó a Sarajevo como una especie de vacaciones, deseando además
poder celebrar juntos el aniversario del matrimonio, que era el fatídico 28 de
junio
Francisco José no podía pasar por alto
aquello; no quería ni esperaba una guerra general, pero sí una guerra limitada,
de las que tantas se habían dado en los Balcanes, y con ella dar un escarmiento
a Serbia. Ésta recibió un ultimátum el 7 de julio, por supuesto redactado en
unos términos que no podía aceptar; El 25 de julio, Rusia manifestó su apoyo a
Serbia y se cortaron las relaciones. El 28, el Imperio austriaco declaró la
guerra a los serbios, y el 29, Francisco José escribió: “He examinado y
sopesado todo; avanzo con la conciencia tranquila por el camino que me indica
mi deber”.
Es curioso que el paso decisivo para la
generalización de la guerra lo diera un hombre de excelente carácter, bondadoso
y dubitativo. Nos referimos al Zar Nicolás II, quien, tras tres días de
meditación y dudas (según declaró él mismo), firmó el 29 de julio la orden de
movilización general. Ésta era, al menos en la época, prácticamente
irreversible, tanto más en un país tan grande y mal comunicado como Rusia. Por
eso el Kaiser la consideró como un acto de agresión contra Austria y, no
pudiendo abandonar a su fiel aliada y quedarse él solo, declaró la guerra a Rusia
el 1 de agosto. A partir de ahí, el juego de las alianzas empezó a funcionar.
No podemos entrar en el desarrollo de la
Primera Guerra Mundial; sólo hacer notar que constituye la matriz del mundo en
que vivimos. Sin ella no tienen sentido la Segunda Guerra Mundial (continuación
de la primera), ni la Revolución Soviética, ni el enfrentamiento entre dos
superpotencias ajenas a Europa, ni la intervención de una y otra en los asuntos
europeos, ni el estado en que el mundo se encuentra hoy. Realmente el siglo XIX
acabó en 1914.
La actuación del ejército austrohúngaro no
fue demasiado brillante, y en más de un frente hubo de recibir apoyo de las
tropas alemanas. La población civil sufrió por el bloqueo todavía más que la de
Alemania y, como es lógico, las tensiones internas se exacerbaron.
En 1916 murió el viejo Emperador. Le sucedió,
como estaba previsto desde 1914, Carlos I, sobrino de Francisco Fernando y
sobrino-nieto de Francisco José. Va a ser el último Emperador de Austria y Rey
de Hungría.
Carlos I, nacido en 1887 y casado con Zita de
Borbón-Parma (que le sobreviviría hasta 1989), tenía una sólida formación en
Derecho Constitucional y Ciencias Políticas. Su principal preocupación fue
sacar a Austria-Hungría de la guerra, para lo que inició conversaciones
secretas con los franceses, que fracasaron, quizá por una imperdonable
indiscreción del ministro austriaco de Asuntos Exteriores.
Además, promulgó diferentes normas para
mitigar el descontento popular. Una de las primeras fue suprimir el tren de vida
de la Corte para poder financiar las medidas sociales necesarias, y creó el
primer Ministerio de Asuntos Sociales del mundo. Intentó poner en marcha el
plan de federalización del Estado que tenía en mente su tío Francisco Fernando,
pero ahora era ya demasiado tarde.
Al hundirse el frente búlgaro en el otoño de
1918, los acontecimientos se precipitaron. Militarmente, no fue un repliegue
ordenado como el alemán, sino una desbandada. La secuencia resumida de
acontecimientos políticos es: 28 de octubre, proclamación de la República de
Checoslovaquia. 31 de octubre, secesión de Hungría. 3 de noviembre, armisticio.
7 de noviembre, proclamación de la República de Polonia, incluyendo Galitzia.
16 de noviembre, proclamación en Hungría de la República. 1 de diciembre, las
regiones del Sur se unen a Serbia, formando el ‘reino de los serbios, croatas y
eslovenos’. 24 de diciembre, Rumania se anexiona Transilvania.
Ya antes, el 11 de noviembre, Carlos I
renunció a la Jefatura del Estado austrohúngaro y a formar parte en el futuro
de ningún gobierno austriaco.
Para no cortar ahí la historia del ex
–emperador, seguiremos sus huellas un poco más. Desde su exilio en Suiza,
creerá de buena fe que el nuevo gobernante de Hungría, Horthy, al haberse
proclamado Regente, reconocerá sus derechos, pero Horthy no tiene la menor
intención de ello. Por dos veces, en abril y en octubre de 1921, se presentará
en Hungría sin obtener más que evasivas del Regente, escándalo de los aliados
vencedores y amenazas de los amigos de éstos en Europa Oriental (Pequeña
entente).
Temiendo una guerra civil, permitirá que un buque de guerra británico
lo saque por el Danubio al mar Negro, y aceptará las ‘amistosas sugerencias’ de
ingleses y franceses de ser conducido a la isla portuguesa de Madeira para
residir allí con su familia. Llegará a Funchal el 19 de noviembre de 1921, y
morirá de neumonía el 1 de abril de 1922. Sus restos reposan en la iglesia de
Monte, próxima a Funchal, pero, siguiendo la tradición, su corazón fue llevado
a la cripta de los Habsburgo en Viena. Ha sido beatificado el 3 de abril de
2004 por S.S. Juan Pablo II, hallándose avanzado el proceso de canonización.
En 1919, por los Tratados de Saint Germain y
Trianon, filiales del de Versalles, los vencedores procedieron al despedazamiento
formal del Imperio Austrohúngaro; con ello, abortaron una interesante
experiencia de gran Estado multinacional y, lo que es más grave, eliminaron un
elemento de equilibrio en Europa Oriental, abriéndose un interminable proceso
de disputas fronterizas y querellas territoriales que durará hasta la
imposición de la ‘pax sovietica’ en 1945.
El territorio del antiguo Imperio se reparte
actualmente, como puede verse en el mapa adjunto, entre 13 estados europeos:
Austria, Hungría, República Checa,
Eslovaquia, Eslovenia, Croacia, Bosnia-Herzegovina, Bánato (Serbia),
Trentino-Tirol del Sur-Trieste (Italia), Transilvania (Rumania), Galitzia
(Polonia), Rutenia (Ucrania) y región de Kotor (Montenegro).
AUSTRIA-HUNGRÍA
Desde el punto de vista filatélico, “Imperio
Austrohúngaro” y “Austria-Hungría” no son términos equivalentes. Ya vimos que,
desde 1867, las dos partes del Imperio tenían sus servicios postales propios y
emitían sellos diferentes. Los presentados en esta entrada son los
correspondientes a la parte austriaca.
Pero el Ejército era común, y por eso el
correo de campaña tenía sus emisiones especiales, que son las aquí
representadas.
Se observará que llevan la inscripción
“K.u.K. Feldpost” (Kaiserliche und Königliche Feldpost), significando ‘Correo
de Campaña Imperial y Real’.