martes, 9 de octubre de 2012

LA ISLA ESPAÑOLA (I)




La isla Española, situada en el Mar Caribe, en la zona denominada de las Antillas Mayores, se halla al E de Cuba y al O de Puerto Rico. Tiene 76.480 Km2 (la mayor del Caribe tras Cuba), y es la más poblada de toda América.

Como las restantes Antillas Mayores, está formada por viejas rocas continentales (a diferencia de las Menores, en su mayoría jóvenes islas volcánicas o coralinas).

Cuenta con cinco cadenas montañosas; la mayor, la Cordillera Central (que se extiende por los dos estados que hoy se reparten la isla) tiene la más alta cima de las Antillas, el Pico Duarte (3.087 m). Completan la superficie tierras bajas, como el valle de Cibao, y las llanuras costeras.

El clima es húmedo y tropical, estando situada la isla en plena zona de huracanes estivales.

En el primer viaje de Colón (1492), aparte de paradas sin importancia en las Bahamas, fue la primera tierra americana con que tomaron contacto los españoles, a raíz del Descubrimiento, aunque el Almirante (buen marino, mal cosmógrafo y, como veremos, pésimo conductor de hombres), muriera empeñado en negar el carácter de Nuevo Mundo de las tierras a las que había arribado.

Con el segundo viaje de 1493, se inicia la primera fase de la colonización, fase de pruebas y ensayos, que durará hasta 1518. Sus protagonistas son inicialmente unos 1.200 españoles, de procedencia en general modesta. Tienen aspiraciones comunes, absolutamente opuestas a los planes del Almirante; no parecen haber sabido nunca el papel que se les asignaba en la empresa mercantil inicialmente constituida entre Colón y los Reyes Católicos.

Miembros de un pueblo individualista, de larga tradición pobladora y escasa solera comercial, jamás hubieran pensado en arrostrar tales peligros y trabajos para ser empleados modestos y dóciles en una incómoda factoría. Ellos querían buscar honra y oro por su cuenta, aunque fuera jugándose la vida.

Colón prosiguió sus navegaciones en busca de Cipango y Catay dejando en la Española a su hermano Bartolomé como Adelantado (es decir, gobernador). El fracaso de la empresa inicial estaba servido, y se consumaría cuando, en 1499, después de repetidas rebeliones y amargas quejas a España, el pesquisidor Bobadilla liquidó la factoría y envió a Colón a España. Empezaba la colonización propiamente dicha.

Aunque sea a costa de alargar un poco más esta introducción, es fuerza señalar la mala fe de la leyenda negra que afirma que Colón murió (en 1506) en la miseria, víctima de la ingratitud de los monarcas. Éstos sí se dieron cuenta de la magnitud del descubrimiento, alertados por Juan de la Cosa y otros navegantes. Por eso y para evitar más problemas, prohibieron a Colón volver a la Española, pero le financiaron otros viajes de exploración (aunque retirándole la exclusiva de hacerlos), y le mantuvieron, no sólo el apreciado título de Almirante, sino también los cuantiosos ingresos que le correspondían según lo inicialmente pactado; por eso no murió en la miseria, sino como perceptor de grandes rentas, que llegaban irregularmente, pero que le proporcionaban gran riqueza.
En 1502 llega la mayor flota, de 30 buques y unos 1.200 hombres, enviada hasta entonces a América. La manda Nicolás de Ovando, que va a ser el nuevo gobernador; será sustituido, en 1509, por Diego Colón. Entre tanto se ha abandonado el primer establecimiento creado en la costa N, La Isabela, y se ha trasladado la capital a Santo Domingo, en la costa S, la primera ciudad, por tanto, creada por europeos en América.

Agotado pronto el oro, y frustrada rápida y enérgicamente por la reina Isabel la idea de Colón de obtener beneficios vendiendo a los indios, súbditos de la Corona, como esclavos, se pensó, como era de esperar, en la caña de azúcar, cultivo estrella para los europeos de la época en las tierras donde el clima lo permitía. Pero ese cultivo era extremadamente duro, y los indios, cuyo número iba disminuyendo, no parecieron adecuados. Los primeros esclavos negros africanos llegarían en 1501.

Como era de esperar, la peor parte la llevó la originaria población amerindia. Eran taínos, del grupo de los arawak, y su número fue disminuyendo hasta que desaparecieron. No hubo en ningún momento intención genocida de eliminarlos como en alguna otra parte del continente. Hubo malos tratos, pero las principales causas de extinción fueron las enfermedades (sobre todo la viruela) y la baja sobrevenida de natalidad derivada del proceso conocido como aculturación. Por lo demás, lo mismo ocurrió en todas las islas antillanas, cualquiera que resultase ser la potencia colonizadora.

Como la Española fue una especie de base experimental, sí tuvieron ahí lugar las primeras fases de la llamada ‘lucha por la justicia’, en la que desempeñó un papel señero un sector significativo de eclesiásticos. Primero fue, en 1511, el sermón famoso de un dominico ante lo mejorcito de la colonia; a continuación, las acusaciones desmesuradas del P. Las Casas (desmesuradas, no por falacia, sino por su tendencia caracteriológica a la exageración y a la hipérbole, ya antes de que se ocupara de los indios); no obstante, las denuncias cumplieron su misión y fue el mismo cardenal Cisneros, Regente de España en dos ocasiones, quien le otorgó el título de ‘Defensor de los indios’.

Cisneros fue también quien envió en 1516 a la Española a tres frailes jerónimos, como comisarios con plenos poderes para poner orden. Ya antes, en 1512, se habían promulgado las Leyes de Burgos, todavía torpes e insuficientes, pero germen de la copiosa y posterior legislación de Indias, en gran parte de carácter tuitivo.

Mientras todo esto ocurría, la isla Española iba perdiendo peso e importancia, primero en beneficio de Cuba y después de Nueva España. Las flotas de Indias no tocaban en ella; todo lo más, desplazaban algún galeón; las plantaciones de caña decayeron, ante la competencia de otras mejor situadas, y empezaron a aparecer por sus aguas cada vez más piratas franceses, ingleses y holandeses. En 1604 apareció el ‘Situado’, una subvención a cargo de la Corona para ayudar a los colonos de la Española y de Puerto Rico.

No parece haber sido buena idea la del gobernador Osorio, que, a principios del XVII, ordenó la evacuación de los colonos del oeste de la isla para evitar su tendencia al contrabando, lo que dio más facilidades a los filibusteros y bucaneros. Tras ellos y a mediados del siglo, se establecieron en ese extremo occidental los primeros colonos franceses, por supuesto sin permiso.

La paz de Rijswick de 1697 puso fin a la última de las guerras de Luis XIV con España; en ella ésta debió ceder a Francia el tercio occidental de la isla (lo que hoy llamamos Haití), que pronto se convirtió en una colonia francesa, llamada Saint-Domingue, muy apreciada y consagrada a la caña, con lo que el número de esclavos se multiplicó.

En 1795, por el Tratado de Basilea, que puso fin a la guerra con la Francia revolucionaria, España debió cederle también el resto de la isla, si bien, cabe observar con cierta malignidad, los galos no tuvieron mucho tiempo, como se verá, de disfrutar de su adquisición.

En la actualidad, la Española se halla dividida en dos estados independientes. Uno, Haití, ocupa el tercio occidental; otro, la República Dominicana, el resto de la isla. Los examinaremos por separado.



HAITÍ

Capital: Puerto Príncipe
Forma de gobierno: República
Fecha de independencia (de Francia): 1 de enero de 1804
Superficie: 27.750 Km2 (147º)
Población: 9.800.000 hab (90º)   Densidad: 353 hab/Km2
PIB/cápita: 1.316 $ (169º)
Miembro de: OEA

Haití se puede calificar, sin exageración, de desastre sin paliativos. Y se puede tanto por su historia como por su situación actual. 
Consideremos en primer lugar la primera.A mediados del siglo XVIII, el Haití colonial ocupado por Francia bajo un férreo sistema esclavista, contaba con una población de 300.000 esclavos y apenas 12.000 personas libres, blancos y mulatos principalmente. Se ha señalado que, pese a la dureza del sistema, los franceses se descuidaron en exceso a la hora de no eliminar los núcleos de población de cimarrones, que vivían en la selva sin control, lo cual contribuiría a explicar hechos posteriores y, según algunos, sería una de las raíces del vudú, formas religiosas y rituales más arraigadas en Haití que en ningún otro lugar de América.

La primera rebelión importante se produjo en 1751, con unos 6.000 muertos, pero el desencadenante principal, unas décadas después, sería la Revolución en la metrópoli. Los mulatos libres comenzaron a apoyar las ideas revolucionarias, creyendo, los infelices, que así obtendrían apoyo de los blancos residentes para lograr la plena igualdad. En 1790 los plantadores blancos rechazaron tales pretensiones, y los libres no tuvieron otra alternativa que unirse a los sublevados.
En enero de 1802 llegó una expedición militar francesa con 24.000 hombres, al mando de Leclerc, cuñado de Napoleón por matrimonio con su hermana preferida Paulina, la cual, acompañando a su marido, empezó con la tropa en Haití las numerosas aventuras amorosas que le darían más tarde notable fama. Leclerc muere de fiebre amarilla en noviembre del mismo año, dejando a su consorte disponible para futuros lances de mayor fuste.

Al frente de los rebeldes continuó la lucha Dessalines, que en 1803 venció definitivamente a las tropas francesas, que acabaron siendo evacuadas, mejor que entregarse a los rebeldes con sus peculiares métodos, que incluían utilizar como estandartes cadáveres de bebés blancos ensartados en picas.

Dessalines declaró en 1804 la independencia y se proclamó Emperador con el nombre de Jacques I. Trató de enderezar la economía reimplantando el trabajo forzoso en las plantaciones. En 1806 es traicionado y asesinado por sus dos colaboradores, Petion y Cristophe, quienes se repartieron el país.

Cristophe se autoproclamó Rey de la mitad septentrional (la más hirsuta), con el nombre de Enrique I de Haití.Hizo construir 6 castillos, 8 palacios y una fortaleza admirada por su solidez. Se rodeó de una nobleza haitiana de su propia creación, que constaba de 4 príncipes, 8 duques, 22 condes y 37 barones.

Enfrentado con sus súbditos, decidió suicidarse disparándose una bala de oro. Su hijo, el Delfín Víctor Enrique, fue linchado por los sublevados, y así acabó el reino y la dinastía en 1820.

Su rival y luego enemigo, Petion, mulato y educado en Francia, controló la república proclamada en la mitad Sur. No omitió proclamarse Presidente vitalicio en 1816, y Dictador en 1818; ese mismo año murió de la consabida fiebre amarilla.

Le sucedió su protegido, Boyer, nacido como mulato libre. Fue elegido Presidente vitalicio, de conformidad con la primera Constitución de 1818. En 1818 unificó el país; en 1822 invadió la República Dominicana, independizada de España un año antes.

Boyer, durante su mandato, abolió la esclavitud y sentó las bases del sistema agrario hoy dominante: supresión de latifundios y de la ganadería extensiva, confiscación de los bienes de la Iglesia y división del país en pequeñas fincas, previo el reparto correspondiente.

La crisis del sistema, bien intencionado en su origen, se debió a que los pequeños campesinos no tenían medios ni interés en desarrollar empresas regulares, careciendo de recursos de mano de obra, técnicos, financieros, etc. Se veían explotados por los comerciantes, razón por la cual producían para el mercado lo imprescindible para procurarse algunos artículos manufacturados dependientes del exterior. La consecuencia fue la inexistencia de un mercado interno y una pobreza crónica generalizada.

El país cometió además la tontería de aceptar en 1825 una ordenanza del rey Carlos X de Francia en virtud de la que debería pagar 150 millones de francos en 5 años para que la antigua metrópoli reconociera la independencia.

Las conspiraciones obligaron a Boyer a partir al exilio en 1843. En 1844, la República Dominicana recobró la independencia.

Para no hacer interminable el relato, diremos que Haití continuó bajo las mismas pautas de agitación, caos y pobreza, circunstancias que llevarían a la intervención norteamericana.
Ya en diciembre de 1914, un consorcio de bancos acreedores consiguieron del Presidente Wilson que enviara marines para trasladar las reservas de oro de Haití a cajas fuertes de Nueva York.
Ocho meses después, se produjo el colapso de la dictadura de Vilbrun Guillaume Sam, un homicida trastornado. Tras arrancarlo de su refugio en la embajada francesa, el populacho lo despedazó y paseó en triunfo los diferentes trozos resultantes por las diversas zonas de la capital.

El festejo resultó demasiado colorista para los gringos, que esta vez invadieron el país en serio, permaneciendo allí hasta 1934; el comandante militar norteamericano llevaba las riendas con un haitiano como figura decorativa en el sillón presidencial.

Los estadounidenses no tuvieron empacho alguno en fusilar revoltosos, pero contaron con la parte positiva de mantener a raya a los exaltados, aparte de luchar contra la malaria y de construir carreteras y puentes. Por lo demás, no discriminaban en absoluto entre ‘negros’ y ‘mulatos’, lo cual no gustó nada a estos últimos, que seguían considerándose la clase dominante.

De 1934 a 1957 las cosas volvieron a ser como siempre habían sido. Un humilde médico rural negro, François Duvalier, fue el único que supo poner al país bajo control; entiéndase, su propio control.

Para solucionar su primer problema (evitar que el ejército lo derrocara igual que lo había instalado en el poder), creó un ejército paralelo, una especie de Guardia Nacional, y, lo que es más importante, formó una fuerza a su servicio personal, los famosos ‘tonton-macoutes’, que se dispersaron por el país convirtiéndose en un cruce entre fuerza de seguridad, agentes del culto vudú y ejército privado de Duvalier.

El segundo problema era ganarse a esa población negra a quien no importaba quién gobernaba en las ciudades. Duvalier (por supuesto autonombrado presidente vitalicio) habló mucho de ‘orgullo negro’ y fomentó el vudú, lo que hizo que los campesinos lo consideraran como de la familia y al mismo tiempo lo temieran, pues se rumoreaba que mantenía estrecho contacto con el Baron Samedi y demás espíritus de la pandilla.

Con quien sí mantenía contacto era con los norteamericanos, los cuales, sin otro requisito que proclamarse Duvalier ferviente anticomunista, no le regatearon ayuda ni financiera ni militar, siguiendo su contumaz tendencia a montar el caballo equivocado. Pero fue una dictadura feroz y despiadada, que mató al menos a 30.000 personas.

‘Papá Doc’ murió en 1971. Designó sucesor a su hijo Jean Claude Duvalier (Baby Doc), que logró sobrevivir, con similares métodos y naturalmente como presidente también vitalicio, hasta 1986, cuando provocó estúpidamente varios escándalos que hicieron explotar la situación. Los EE.UU. le aconsejaron marcharse del país.

A continuación, más de lo mismo. A la altura de 1990, el hombre de los EE.UU. era Jean-Bertrand Aristide, que circulaba por la escena política como defensor de los desfavorecidos. Ganó las elecciones y unos meses después fue derrocado. Tras tres años de exilio, volvió para terminar su mandato, pero esta vez llevado en brazos por las fuerzas de intervención norteamericanas. En 2001 es elegido de nuevo, y en 2004 depuesto otra vez.

Después de un gobierno interino y del despliegue de fuerzas de la ONU, se celebraron elecciones en noviembre de 2010. Fue una elección accidentada, con fuertes acusaciones de fraude. Michel Martelly, que quedó en tercer lugar en la primera vuelta, acabó siendo proclamado. Continúa en el poder cuando esto se escribe, en octubre de 2012.

El 12 de enero de 2010, un catastrófico terremoto de categoría 7,3 en la escala Richter, sacudió el país dejando un saldo de al menos 500.000 muertos, miles de heridos y afectados, y destruyendo la mayor parte de la capital. El hecho despertó una oleada de solidaridad mundial, y las ayudas de todo tipo llovieron sobre Haití. Por si fuera poco, doce meses después se añadió un brote de cólera, con casi 6.000 víctimas.

Después de todo lo dicho, no es de extrañar que no se entre en detalles sobre el Derecho Político de la república haitiana. Baste decir que la vigente constitución es la 23º del país, y que la ONU ha descrito la situación de los derechos humanos como ‘catastrófica’.

En 1925 el 60% de sus bosques originales estaba destruido; hoy lo está el 98%, al haber sido utilizadas estas zonas para procurarse combustible de cocina, destruyendo en el proceso multitud de suelos fértiles. Además, la erosión causada por la deforestación ha ocasionado inundaciones periódicas, como la de septiembre de 2004: el ciclón Jeanne acabó con la vida de más de 3.000 personas y destruyó numerosas carreteras.

Haití es la nación más pobre del mundo occidental, con el 80% de sus habitantes bajo la llamada línea de pobreza, y un 54% bajo la de profunda pobreza. Con esos datos se puede suponer que el PIB/cápita que figura en los datos oficiales es poco expresivo; más lo es el Índice de Bienestar: sólo el 0,454 (158º del mundo).

El terremoto de 2010 hizo que el PIB se contrajera ese año en un 5,4%. Recibió 4,59 miles de millones de dólares en ayuda para la reconstrucción, que va a un ritmo bastante lento.

El 40% de los haitianos pertenecen al sector agrícola, compuesto principalmente por pequeñas explotaciones dedicadas a una agricultura de subsistencia a pequeña escala.

Por Ley aprobada por el Congreso norteamericano en 2006, las exportaciones haitianas tienen acceso sin aranceles a EE.UU. Claro que se reducen a artículos de confección textil, que representan el 90% de las exportaciones del país y el 10% del PIB. Las remesas de emigrantes constituyen casi el 20% de ese PIB, y más que doblan los ingresos por exportaciones.

Gran parte de su deuda externa ha sido condonada, pero después del terremoto ha vuelto a subir a más de 600 millones de dólares. De hecho, la mitad del presupuesto anual procede de fuentes exteriores.

Más del 90% de los haitianos son de ascendencia africana, en todo o en parte. La esperanza de vida es de 61 años, y el promedio hijos/mujer, 4,86, el más alto del hemisferio occidental; ello da una tasa de crecimiento de 1,7% anual. La población tiende a concentrarse en zonas urbanas, planicies costeras y valles.

La diáspora es muy elevada. En la República Dominicana viven 11 millones de haitianos de forma legal y 1.100.000 ilegalmente, representando el 25% de la fuerza de trabajo total, sobre todo en la agricultura y en la construcción. En EE.UU. hay unos 600.000, la mayoría en el sur de Florida. En Canadá, unos 100.000, y cerca de 80.000 viven en las Bahamas.

Hay dos idiomas oficiales: el francés y el criollo haitiano. El francés es el más utilizado en la lengua escrita y el utilizado por la administración. El criollo es lengua cooficial desde 1961 y hablado por prácticamente la población entera. La mayor parte de ella tiene un nivel intermedio o superior de español.

Sólo la mitad de los niños están vacunados, y únicamente el 40% de los mismos tiene acceso a la asistencia médica básica; el 90% sufre de enfermedades hídricas y de parásitos intestinales. El SIDA afecta al 5% de la población adulta, y el tráfico de drogas ha corrompido aún más el sistema judicial y la policía.

Está alfabetizado el 52% de los habitantes. El 90% de las escuelas son privadas, muchas gestionadas por institutos religiosos o por ONGs. La cifra de inscritos en la escuela primaria es el 67%.

Una reflexión final: los bienpensantes repiten continuamente que Haití necesita más, más y más ayuda. Ahora bien, ningún país ha recibido más ayuda que éste, y los resultados son defraudantes. Por supuesto, parte de esa ayuda proviene de corazones compasivos, y otra parte de organismos y ONGs cuyo personal quiere justificar su existencia y su modus vivendi; pero éste no es el núcleo de la cuestión.

El problema subyacente más serio es el enorme diferencial de riqueza entre la mayoría negra empobrecida y criollo-parlante, y la minoría francoparlante, frecuentemente mulata, 1% de la cual posee casi la mitad de la riqueza del país. Y esto combinado y mezclado con el semianalfabetismo predominante.

Mientras alguien (no se sabe muy bien quién) no aborde con energía la cuestión, el flujo de ayudas seguirá siendo como echar agua a un caldero con un gran agujero en el fondo que comunica por turbios conductos con grandes bolsillos siempre dispuestos a recibir más.



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