INTRODUCCIÓN
Desde el punto de vista de la vida cotidiana,
corren malos tiempos, cada vez peores, para los sellos de correo. Saludados en
su momento como una invención sencilla y práctica, una especie de “huevo de Colón”,
que multiplicó inmediatamente el número de envíos postales, sufrieron primero
la competencia del telégrafo (que no les afectó mucho), después la del
teléfono, que con el tiempo llegaría a ser seria, la del radiograma, el telefax
y luego, encaramándose unas sobre otras, las de las diversas formas de
comunicación ligadas a la electrónica, que no detallamos por ser de sobras
conocidas. Y esto sin contar, dentro de la comunicación escrita tradicional,
los sistemas de franqueo concertado, las agencias privadas, etc.
Es cierto que todavía hoy, en países no
demasiado desarrollados y en zonas rurales, la comunicación por cartas
franqueadas al modo tradicional tiene cierta importancia, pero no es esto lo
que interesa destacar, sino que el sello de correos, pese a todo lo antedicho,
parece haber adquirido una especie de vida propia; en efecto, si nos fijamos
por ejemplo en las páginas de Internet, la filatelia parece más viva que nunca,
lo que se compagina con el número de catálogos y publicaciones dedicadas a ella.
Lo que es aún más significativo: no sólo pequeños países de escasos recursos,
sino muchos otros, ricos e importantes, la consideran una fuente de ingresos a
tener en cuenta o, por lo menos, prestan atención a la calidad de sus emisiones
como una especie de manifestación, secundaria si se quiere, de su soberanía (y,
con frecuencia, también de sus ideales o de su ideología).
Aquí sí que nos vamos acercando al punto que
se quería destacar. Cuando ya han pasado más de 170 años desde la emisión de
los primeros sellos de correos, el conjunto de todos ellos, si se consideran y
clasifican con la deseable escrupulosidad y corrección, constituyen algo
similar a los hilos de un tapiz que nos muestra, agradable y simultáneamente,
dos realidades complejas y complementarias.
Por una parte, un devenir histórico agitado y
complejo, sin contar con lo que pueda llover en el siglo XXI. Por otra, y como
plasmación y consecuencia del mismo, unas realidades territoriales
(“Geografía Política” se las llamaba
antes) que convierten en obsoleto cualquier atlas o mapa histórico de pocos
años ha.
Ni que decir tiene que esta visión
histórico-geográfica de la filatelia, que es la que compartimos, no supone
desdoro para aquellas otras que atienden a una temática o al seguimiento de las
emisiones y de las particularidades filatélicas de un país o de un determinado
grupo de países.
El contenido se ha
distribuido en tres apartados: 1) Introducción y
temas generales. 2) Extranjero. 3) España y
dependencias postales españolas.
La sistemática se ha
tomado, en términos muy amplios y flexibles, del catálogo Yvert-Tellier. Con
muy escasas excepciones, la base filatélica para las ilustraciones es la
colección del autor, que cuenta con unos 27.000 sellos, seleccionados según los
criterios histórico - geográficos arriba expuestos.
Una parte de los
escudos de armas que aparecen en diferentes páginas ha sido tomada de
‘Katepanomegas’ de Wikimedia commons.
Parte de las
fotografías son del autor; las restantes, de muy variadas procedencias.
La elaboración de
este blog no hubiera sido posible sin la colaboración sumamente eficaz, de
Lucía Y.E., profesora de Informática.
CÓMO NACIÓ EL SELLO
DE CORREOS
La emisión del primer sello postal se
enmarca dentro de una profunda reforma del servicio de correos británico, cuya
principal figura es Rowland Hill, maestro de profesión, que figuraba ya como
funcionario (Secretario de la Comisión para Australia Meridional) en 1835.
Hasta esas fechas, el envío postal lo pagaba el destinatario en función de la
distancia recorrida, y no por su peso. Hill propuso que lo pagara el remitente
según una tarifa uniforme en función del peso y no de la distancia.
Era frecuente que estuviera convenido
entre remitente y destinatario cualquier “código” o sistema de señales en el
propio sobre, de forma que el destinatario se enteraba de la noticia que le
interesaba (por ejemplo, “todos seguimos bien”) sin recoger la carta y, por
tanto, sin pagar el franqueo. Este fraude bastante corriente era el que se
trataba de evitar, aunque los relatos circunstanciados que tienen como testigo
al propio Hill, no estén en realidad acreditados.
El folleto de Hill (1837) proponiendo
la reforma dio lugar a una Comisión de la Cámara de los Comunes que informó
favorablemente la proposición, y ello a una providencia de 1839 autorizando al
Tesoro para determinar los detalles. Los sobres timbrados (hoy llamados en
filatelia “enteros postales”, ya en desuso) y los sellos con goma adhesiva los
emitiría el Gobierno.
Hill propuso también los dibujos,
poniéndose en circulación el primer sello del mundo, el famoso “Penny black”,
con la efigie de la reina Victoria y la única indicación “Postage”, el día 6 de mayo de 1840. El 8 de
mayo se pondría a la venta el 2 peniques de color azul. Sólo el primer día se
vendieron 60000 ejemplares, y el número de cartas se triplicó en una semana.
Rowland Hill fue nombrado Director de
Correos del Reino Unido, y dedicó toda su vida a realizar ampliaciones y
mejoras en el sistema. Recibió el título de “Sir”, y fue enterrado a su muerte (1879)
en el Panteón de Hombres Ilustres de la abadía de Westminster, siendo sufragada
la construcción del sepulcro por suscripción popular.
El nuevo sistema se extendió
internacionalmente en pocos años. En 1843 comenzaron a usarse los sellos en
Suiza (como correo cantonal en Ginebra y en Zürich), y en Brasil. En 1847, en
Mauricio y el mismo año aparecen en Estados Unidos con carácter público y
federal; en 1849, en Francia. Los primeros sellos españoles son de 1850.
Al principio, venían en pliegos que se
cortaban con tijeras, quedando los sellos con bordes rectos. Más adelante se
utilizaron líneas de perforaciones, que facilitaban su separación, surgiendo
así los actuales sellos dentados; los primeros, en 1854 en el Reino Unido.
En España
los primeros dentados son de 1865. En 1963 aparecieron los primeros sellos autoadhesivos, que tardarían mucho en alcanzar difusión.
En 1874 se creó la U.P.U. (Unión
Postal Universal, con sede en Berna), cuya función es la cooperación
internacional en la transferencia del correo a través de distintos países. La
U.P.U. estableció que los sellos que circulen entre diversas naciones deben
llevar el nombre del país emisor en caracteres latinos (aunque diversos países han
contravenido durante años esta norma); de esta obligación quedó exento sólo el
Reino Unido por ser el primer país emisor (a Rowland Hill, en su diseño, no se
le ocurrió que fuera necesario citar el nombre del país).
Berna. Monumento a la U.P.U. |
El problema lo plantean aquellos
territorios que aspiran al reconocimiento de su independencia, pero pocos
países, o quizá ninguno, los han reconocido. No forman parte de la U.P.U., y
los sellos que emitan sólo podrán circular en principio por el interior. Para
salir al exterior, será preciso que un país vecino y amigo admita el doble
franqueo con unos y otros.
La
difusión de los sellos postales originó pronto la afición por coleccionarlos.
El término “filatelia” aparece por primera vez en un periódico francés de 1864;
los primeros catálogos con valor convenido, también en Francia ya en 1860. En
el mismo país comienzan a venderse en 1862 álbumes con huecos o casillas. Hoy
la filatelia es una de las actividades de coleccionismo más extendidas en el
mundo y entre todas las clases sociales.
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